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Estábamos caminando por una senda elegida un poco al azar en una red de otras sendas cruzando grandes espacios vacíos, con sólo algunos edificios aislados diseminados sin ninguna relación funcional entre sí; siempre en procura de Lethem, pero Lethem no aparecía a la vista.

Preguntamos. Eso, esos espacios abiertos y esos edificios diseminados eran Lethem. Muy bien. ¿Dónde estaba el puesto de migraciones? Porque, evidentemente, en Lethem, no son las autoridades migratorias que interceptan el paso de los viajeros sino los viajeros que tienen que ingeniárselas para descubrir dónde están las autoridades. Todo lo cual, se entiende bastante bien porque viajeros, en Lethem, no hay. Tenemos que haber sido los primeros y los últimos en mucho tiempo.

Divisamos un edificio de aspecto algo oficial. Ahí nos encaminamos. Era el edificio apropiado: había una estación de policía como de película; con un calabozo que también parecía preparado para una película típica, provisto de un enorme candado en la puerta y de tremendos barrotes entrecruzando la ventana; salvo que, por la cabeza que vimos adentro y las manos agarradas de los barrotes, no era cárcel de película sino una cárcel de verdad - si bien el preso podía conversar todo lo que quería con los transeúntes; y también había la oficina de migraciones.

La oficina de migraciones tenía, hay que reconocer, su cartel de identificación, pero no tenía lo esencial, a saber, su funcionario. Este estaba en su casa porque, claro, hacer nada por hacer nada, mejor hacerlo en casa y no en la oficina. En un breve conciliábulo, los policías acordaron llevarnos en presencia de la autoridad a su propia casa. Ahí, marchamos. Ahí, delante de una casucha más o menos de emergencia, nos presentamos, con el debido respeto, ante la autoridad en pantalón corto, sin camisa, y pies descalzos.

Muy bien. Podríamos pasear por Lethem sin siquiera asentar nuestra entrada, ni, luego, nuestra salida, en el pasaporte - de misma manera que, del lado brasileño, tampoco se había asentado nuestra salida.

Paseamos, pues, por las sendas sinuosas, por los grandes espacios con escasos edificios.

Llegamos a un sitio delimitado en triángulo por tres sendas, ensanchadas, para la circunstancia, a tamaño de calle. En el centro del triángulo, un monolito con una leyenda glorificando como se debe la grandeza del país. Además, el nombre mismo del lugar agregaba dignidad: Plaza de la Revolución.

Lo malo del asunto para nosotros fue que tuvimos que sufrir el desmembramiento cerebral de leer "cuadrado" y ver "triángulo". Porque, en inglés, la palabra "square", que primordialmente significa cuadrado, también significa "plaza" - cualquiera sea, con perfecta nebulosidad intelectual angla, la forma de la >>>>>>>>