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el nombre de las calles donde están; y con una dirección dada por una empresa internacional de su filial en Manaos, en parte, incompleta, y en parte, equivocada. Aunque la dirección hubiese sido correcta, y aunque la gente hubiese sabido dónde está, hubiese sido una odisea buscarla, por la misma razón que en Brasília: en vez de seguir la lógica de una calle y su numeración automáticamente al destino, el jueguito de buscar a tientas un edificio entre otros edificios, en una zona mal definida. Y no olvidarse del calor y de la humedad durante la irritación de la búsqueda.

Para nuestro primer día en Manaos, ya tuvimos hasta la coronilla.

Y siempre el mismo ruido visceral de la primera media vuelta de ruedas, no frecuente, felizmente sin consecuencias, pero, a pesar de ello, siempre helándonos la sangre cada vez que lo oímos.

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Esta mañana, fuimos al aeropuerto de Manaos, a ver qué clase de base de operaciones y de anclaje nos podría ofrecer en estos días venideros, especialmente en esos días cuando uno de nosotros se quedará aquí y el otro volará, pues, por la idiotez venezolana, a Buenos Aires, en procura de las visas.

Penetrar en este aeropuerto es penetrar en un mundo donde no hay derecha, izquierda, donde no hay arriba, abajo, prácticamente otro planeta.

La cosa empieza en el propio acceso al estacionamiento. El acceso consta de una casilla para el cobrador con, de un lado, la entrada, y del otro lado, la salida. ¿Se entra por la derecha de la casilla y se sale por el otro lado, para que el conductor del vehículo tenga contacto directo, por su propia ventanilla, con el encargado, no cierto? No, no cierto. Se entra por la izquierda de la casilla y se sale por el otro lado, de manera que el conductor y el encargado tienen que comunicarse por la ventana del vehículo más alejada del conductor y que, por lo tanto, éste no puede abrir.

En el edificio del aeropuerto, el mareo empieza cuando uno, para ir del primer piso al segundo piso, baja, y para ir del primer piso a la planta baja, sube. Se nos explicó que no son pisos sino subsuelos, con, la planta baja, luego, más abajo, el primer subsuelo, y más abajo, el segundo subsuelo. Muy bien, pero entonces ¿por qué no los llaman subsuelos, por qué los llaman pisos? Esta idiotez, nadie supo explicarla. En cuanto a la idiotez de la entrada al estacionamiento, tampoco nadie pudo explicarla. Explicación hipotética como jueguito: fue ideada por un genio oriundo de un país con tráfico por la izquierda y el volante a la derecha.