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Esta mañana, antes de emprender viaje hacia nuevos horizontes, volvimos los 1.600 metros hasta la laguna de la sorpresa de ayer.

Esta vez, es una sorpresa invertida. Es como encontrarse en una sala de espectáculos vacía, oscura, después de haberla visto ayer llena de luces y de bullicio. Así debe de haber sido cuando pasamos por primera vez, y por ello, que, entonces, nada vimos.

En resumen, recorrer el desvío desde Cuiabá, de 70 kilómetros de asfalto y 13 kilómetros de piedra, y llegar a esta laguna en el momento oportuno de la función, ciertamente vale la pena; recorrer los 130 kilómetros adicionales, de piedras y "puentes"-pasarelas en desnivel, esperando encontrar más y mejor, es sólo para ignorantes como éramos nosotros cuando llegamos, o para empresas de turismo que tienen que hacer algo para justificar mayores precios, aunque ese algo sea inútil.

Ah, sí, dos cosas, antes de olvidarlas.

Una cosa, que, anoche, al investigar las ondas radiofónicas, tuvimos aventuras.

~  Sintonizamos no menos de seis estaciones en castellano. Una, de Montevideo; es increíble hasta donde alcanza la radiodifusión uruguaya; una, del Paraguay; dos, de la Argentina; una, cuya identificación no escuchamos pero que seguramente era de Bolivia, por su música; y una, que no dio indicios de su origen mientras escuchamos.

~ Por otra parte, de manera totalmente incomprensible para nosotros, sintonizamos claramente una emisora en inglés de Canadá. Entenderíamos si hubiese sido en ondas cortas, pero fue en ondas largas, y eso no lo entendemos.

Otra cosa, que, estando a la salida del Pantanal, es tiempo de sumar los puentes-pasarelas: 122 puentes-pasarelas en 130 kilómetros.

¡Frenar 122 veces de la velocidad de crucero, o sea entre 25 y 30 kilómetros, hasta paso de tortuga; 122 veces pasar el cambio de segunda velocidad a primera, frecuentemente incluso a baja; 122 veces re-enganchar en primera y, luego, en segunda; 122 desgastes de los frenos, de la caja de cambio, del disco de embrague, en 130 kilómetros! ¿Qué, en este mundo, realmente vale eso? ¡Y el tremendo castigo de los neumáticos, amortiguadores, elásticos, toda la carrocería, en los kilómetros entre los puentes! ¿Qué, en este mundo, vale tanto?

Todo eso, a la ida; y otro tanto, sin omitir una piedra ni un puente, en el regreso.

Ahora, de vuelta hacia la carretera troncal; y, por ella, hacia el estado de Rondônia y todo lo demás.