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frondoso árbol, cosa bastante escasa y, por lo tanto, muy bienvenida, en este Mato Grosso mitológico. Dentro de un par de horas, seguiremos viaje; pero la pura verdad es que no sabemos si para adelante o para atrás, ya que 120 kilómetros más de este camino a 30 kilómetros por hora nos parece un precio muy alto a pagar por adelantado, sin saber qué recibiremos a cambio, o sea qué nos espera a la punta final de este camino en forma de purgatorio.

Seguimos viaje; y será hacia adelante. El deber primero, ya que la certeza de este purgatorio y la creciente duda de cualquier recompensa ciertamente no son placer.

En realidad, la penitencia está sutilmente destilada sobre dos niveles a la vez. A más de los caóticos kilómetros, hay también docenas y docenas, quizás ya cerca del centenar, de aquellos puentes-pasarelas de madera de los cuales nada se sabe a ciencia cierta salvo que sus maderos se tuercen, sus grampas son sueltas, muchos clavos sobresalen, y que los crujidos que producen se los podría grabar para una película de horror. Ahora, a la ida, no sabíamos qué nos esperaba; pero a la vuelta, vamos a llevar la cuenta de cuántos son.

Hasta el crepúsculo, anduvimos resignada- y valientemente sin ver otra cosa que más alambrados, pastajes, manchas de bañados, cebúes y fazendas.

Al lado del camino, vamos a pernoctar. Por lo menos, será una noche tranquila y libre.

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Esta mañana, nos despertamos al son de una música aviar de muchos timbres, incluyendo un timbre ronco y fuerte que nunca escuchamos antes, pareciendo de algún pájaro enorme, pero ya se sabe que las voces aviares no guardan necesariamente relación con el tamaño de sus propietarios. Fue un concierto interesante porque, detrás de la aparente monotonía de sus monótonas repeticiones, aparecía, de vez en cuando, muy solapadamente, una sutil diferencia que, luego, se iba afianzando más asertivamente, algo así como ocurre en la llamada música minimalista.

Estamos trepidando cautelosamente de piedra en piedra, de sacudida en sacudida, cuidando de no romper algo en el coche.

En el momento de echar a andar, esta mañana, cuando Božka se fijó, como siempre se fija, en el lugar de estacionamiento si no quedaba algo o si no se veía alguna mancha de aceite o agua, vio justamente una mancha negra - que, en tierra, significaba aceite; pero, en los microsegundos necesarios para fijarse mejor, la mancha levantó vuelo: era una gran mariposa negra.