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que  parecen calles pero son sólo entradas a los barrios sin salida, qué lindo sería un cartel rezando "calle sin salida".  Pero, no.

Y ¿las indicaciones viales? En las bifurcaciones de las arterias, muchas veces hay, pero muchas veces no hay. Y cuando las hay, en vez de estar a cien metros antes de la bifurcación, se encuentran frecuentemente a diez metros después. Que los lugareños aprendan, y los forasteros se embromen.

Y encontrar una dirección es otra odisea. No hay nombres de calles; no hay números correlativos de edificios, sólo hay nombres de barrios, números de manzanas y nombres de edificios dentro de cada manzana, de manera que, al llegar a una manzana, hay que recorrerla toda, por fuera y por dentro, para encontrar el edificio buscado. Por ejemplo, tuvimos que luchar con la dirección S.D.S. Edificio Venâncio III (y cuidado que hay, en Brasília, otro Edificio Venâncio - éste, 3000).

En ciertos barrios residenciales, por lo menos hay números correlativos de las casas, ya que cada casa no se merece un nombre distintivo.

En estas condiciones, es imposible el tradicional sistema de ir rectificando el curso hacia una meta, doblando un poco por aquí, un poco por allá. Cuando se yerra, se yerra grandes distancias de las que no se puede escapar. Así que viajar por Brasília es un jueguito de laberinto que, en un parque de diversiones sería justamente lo dilecto, aunque haya que pagar entrada, pero que, en la vida cotidiana, es altamente desagradable.

Además, es mentira que no hay semáforos en Brasília.  Los hay.

Y para peatones, Brasília es también un problema, por las grandes distancias vacías. Nada de calles acogedoras, nada de caminar de un punto a otro entreteniéndose con vidrieras, quioscos y demás menudencias que, en otras ciudades, son lo trivialmente habitual pero que, aquí, son sólo un sueño inexistente.

» Los pocos edificios que dieron fama a Brasília son, sin duda, imaginativos, estéticos, finos, elegantes, y la combinación de estos edificios con los espacios abiertos forma, sin duda, un conjunto que diferencia Brasília de otras ciudades. Lamentablemente, estos edificios también tienen un bemol, o dos.

Un bemol es que estos edificios, con toda su inhabitual moderna elegancia, no son realmente únicos: vimos en el aeropuerto Kennedy de Nueva York varias terminales que, transportadas aquí, serían exactamente entre pares con los mejores edificios de aquí, lo que, a su vez, no impide que varios de los edificios de acá, transportados al centro mismo de Nueva York, o sea Manhattan, serían su gloria indiscutida, salvo que Manhattan no los haría lucir tanto como Brasília porque Manhattan no tiene los espacios abiertos que Brasília tiene; y también vimos el teatro nacional de Guatemala.