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De la selva, aquí, no queda ya nada salvo los testimoniales troncos secos - erguidos sólo de lugar en lugar, pero que suman centenares de horizonte a horizonte, como cruces de un cementerio. Lo lúgubre del caso es que el pasto que crece ahora, en vez de la selva exuberante, es penosamente seco, duro, inapetitoso. La simple realidad es que estamos viajando por un desierto de pasto seco mechado de troncos secos. Si no fuera por los troncos y las ondulaciones del terreno, nos veríamos otra vez en la aridez de la Patagonia, salvo que, allá, es obra de la naturaleza y, aquí, es obra de la propia humanidad.

Mientras, en el Perú, están tratando de inventar árboles artificiales de armazones y telas para captar la humedad, acá, están destruyendo los árboles provistos por la naturaleza.

Nunca se viaja sin algún humo a la vista en alguna parte. A veces, como ahora, todos los humos se juntan en una gran masa opaca única que impregna la atmósfera, del suelo para arriba, de manera que las distancias se ven sólo a través de un velo, y el Sol, aunque alto en el cielo, se ve como un disco sin brillo enceguecedor, cómodamente observable, bien redondo, bien delineado, y muy rojo; más como un planeta traído al alcance de la mano que como nuestro Sol, aunque fuera poniente.

Recién pasamos por un puesto de fumigación de vehículos contra los mosquitos; pero sólo en sentido contrario al nuestro; vale decir que así como, cuando viajábamos hacia el norte, estábamos egresando de las zonas de mosquitos y de sus posibles enfermedades, malaria, dengue y fiebre amarilla, y necesitábamos fumigación contra transmisión, ahora, estamos reingresando a estas zonas patológicas y no necesitamos fumigación contra transmisión.

Con frecuencia hemos leído - claro que en el exterior del Brasil - críticas al Brasil por lo que ahora presenciamos, por la destrucción sistemática y total del gran productor de oxígeno del planeta que es la vegetación amazónica. Asimismo, con anterioridad, se leía repetidamente críticas al Brasil por cometer genocidio contra los paraborígenes de las tierras ahora ocupadas por Brasil.

Lo curioso es que, al frente de los críticos, más vociferan aquellos, como Vespuccia, quienes fueron y son los promotores, practicantes, y aprovechadores, del mismo patrón de obliteración, primero, de los paraborígenes, luego, de la propia naturaleza.

¿Dónde están los grandes bosques naturales que cubrían aquellas partes del este de Vespuccia, hoy desmontadas? ¿Quién se acuerda de que toda Europa era, en un tiempo, un gran bosque? Es sólo estadio de evolución. Acá, en esto como en todo lo demás, andan atrasados. Mientras, en otras partes, destruían bosques y gente, aquí no pasaba nada. Mientras, aquí, destruyen bosques y gente, en otras partes, envenenan el planeta química- y nuclearmente. Eventualmente, esta última etapa también se alcanzará aquí. Estamos presenciando, en vivo, un capítulo de la historia humana.