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frente; y desde aquí se ve, en la distancia, unos siete u ocho penachos de humo, todos, de quemas de restos de la selva.

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Amanecer.

Esta noche, alcanzamos nuestro punto de saturación y de asco del ambiente de ruido y de contaminación en el cual estamos visitando Brasil. De día, las carreteras, como un túnel de barullo y de contaminación por los camiones; de noche, los postos como cámaras de barullo y contaminación por los camiones. Una manera muy desagradable de visitar un país.

En cuanto a las rutas, nada se puede hacer para evitarlas porque no hay una red de rutas donde se pueda elegir, sino que hay una sola ruta troncal por región, y por este embudo todo el tráfico se encamina. No es como en Vespuccia, donde hay elección, donde los camiones se lanzan por las super-autopistas, y nosotros podemos elegir caminos menores pero todavía muy buenos.

En cuanto a los postos, decidimos remediar las noches, no parando más en postos sino en estaciones de policía caminera. Ay, qué felicidad sería poder pernoctar en un descampado, en la soledad, el silencio, escuchando los bichos, mirando las estrellas - los ruidos de los bichos a veces son muy fuertes pero parecen ser de un tipo de sonido, de vibraciones, acorde a la naturaleza y que no castiga el sistema nervioso. Pero esto, en el Brasil, no nos es posible como lo fue en la mayoría de los otros países.

Hoy, sigue sin pausa, horas tras horas de viajar, el sacrificio de la selva en el mismo estadio que ayer, o sea con, todavía, mucha presencia boscosa y, en relación directa, pocos espacios desmontados, pero con aserraderos tras aserraderos que, como monstruos enloquecidos - envueltos de humo, echando corrientes de aserrín por sus narices y haciendo chillar sus dientes de acero - pronto acabarán con todo, y con sí mismos.

Recién vimos, al borde del camino, cruces - como las hay, a veces, de a una o de a dos - pero, en este caso, nos sobrecogió la vista de casi 70 cruces dominadas por una cruz grande. Estereotipadamente, pensamos que quizás una refriega con los paraborígenes, si bien, evidentemente, de paraborígenes, por estas partes, ni el recuerdo queda. Investigamos en un caserío próximo. Nada de paraborígenes; mucho más increíble. ¡Los casi 70 muertos de un accidente de ómnibus!

A quizás 100 kilómetros de la ciudad de Imperatriz, sigue el campo de matanza selvática, pero, ahora, en un capítulo más adelantado y más lúgubre.