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Esta madrugada, la corrosiva incógnita se despejó cuando el motor arrancó al instante. Su batería, que era la más sospechosa, no se descargó durante la noche. Pero el amperímetro sigue acusando la misma fuerte descarga. Ahora, a ver si llegamos bajo movilidad propia a un lugar adecuado para diagnóstico y compostura.

BL Sí, llegamos, y con suerte; porque, en los accesos mismos de Belém, o sea antes del temible tráfico callejero con un sistema eléctrico en descarga, tropezamos con una gran concesionaria de nuestra marca, tan grande en este Belém, como las más grandes.

Sí, nos pasamos ahí la mitad de un día que, hasta anoche, pensábamos dedicar a mejores propósitos. El electricista encontró el regulador de voltaje y una resistencia quemados. Comentó que el regulador de voltaje se había quemado porque la resistencia se había quemado, y cambió ambas cosas. Pero el problema no está solucionado porque, si bien la descarga es menor, descarga todavía hay; y si bien ellos, el electricista y el jefe de taller, trataron de convencernos de que todo se va a arreglar solo, caminando un poco, nosotros sabemos que no se va a arreglar solo.

Mientras tanto, para darles el gusto, vamos a ver, por fin, qué tal es este Belém.

En toda esta tarde, todavía no encontramos una sola razón para justificar esta visita a Belém, salvo el saber, ahora - lo que también tiene su interés, no cierto - que, a pesar de proclamarse, y de ser considerado desde lejos por turistas soñadores, como una metrópoli amazónica, un portal de la Amazonia, Belém no es sino una ordinaria conglomeración portuaria y nada más.

Pero sí, sufrimos dos irritantes a todo lo largo de la visita.

Un irritante, el terrible estado del pavimento. En los mejores casos, sumamente desigual - pero uno ya sabe a qué atenerse. Y en los peores casos, con toda clase de hoyos y cunetas totalmente imprevisibles, por lo que hay que ir siempre escrutando cada metro a recorrer si no se quiere arriesgar la integridad del vehículo. Y lo que pasa entre la calzada y muchas aceras, hay que verlo para creerlo: una perfecta trampa para calzar ahí una rueda y quizás no poder sacarla más.

El otro irritante está en los nombres de las calles que, en muchísimos casos, simplemente no figuran; de manera que hay que ir siempre preguntando; y cuando figuran, son un capítulo aparte.

Parecería que, en Belém, el criterio para decidir si un nombre se merece, o no, ser nombre de una calle, es la cantidad de letras y espacios que lleva. >>>>>>>>