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Ahora, están apareciendo cultivos, bastante tímidos, pero cultivos; primero, maguey entre kilómetros de palmeras; y ahora, citros, papayas, maíz, mandioca y tabaco.

Pasamos por el pueblo de Cachoeira, todo un mundo diferente donde sería más difícil para nosotros adaptarnos a vivir que bajo agua, no tanto por las circunstancias físicas como por el mundo diferente que se adivina adentro de los cráneos.

Ahora, cañaverales, y bastante extensos, pero sigue mucha tierra sin trabajar.

Y ahora, se hace necesario aclarar que los cañaverales eran de caña de azúcar, porque ahora aparecieron grandes cañaverales, pero de bambúes. ¿Para qué tantos kilómetros de bambúes? Justamente están cargando camiones. Vamos a preguntar al capataz.

- Para papel.
- ¿Para papel?
- Sim, senhor.

Como también había grandes pilas de madera, dijimos con aplomo de entendidos:

- ¿Y eso también?
- Não, senhor.  Isto é para a caldeira, é madeira dura.

De paso, aprendimos que el bambú está listo para cortar cada dos o tres años y vuelve a crecer sin necesidad de replantar.

Recién pasamos a tropiezos y tropezamos por el pueblo de Santo Amaro que, ciertamente, se merece una palma de idiotez o una visita a un psiquiatra. Con sus calles toscamente empedradas y en estado tan calamitoso que una velocidad mayor de 10 kilómetros por hora es imposible, sintió la necesidad de cruzarlas frecuentemente con medio-caños de cemento, a manera de rompemuelles asesinos.

Estuvimos en Salvador.

Estamos estacionados - refugiados - en un posto de servicio a la salida de la ciudad, salida que, muy infelizmente, es la única desde este promontorio urbano hacia cualquier parte del Brasil, y que, por lo tanto, tiene un tráfico infernal, se entiende en su casi totalidad de camiones. Por lo menos, estamos debajo de palmeras.

Si se quiere una aventura de loquerío, Salvador es el lugar.



Llegando a Salvador; casas en escalinatas

SB Ya habíamos notado que las ciudades portuguesas, en contraste con las ciudades españolas y la simplicidad de su plan cuadricular, tienen la complejidad de un laberinto por su crecimiento libre. Pero en Salvador, la cosa se pone realmente exótica, porque la ciudad, y su laberinto, están divididos en una parte baja y una parte alta por un farallón infranqueable >>>>>>>>