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Fue una noche magnífica; otra vez, silencio, soledad, olor a vegetación, estrellas, el batir de alas de algún pájaro nocturno, ni frío ni calor.

Hoy, 31 de agosto, empezamos el gran zigzag por el otro Brasil, zigzag que nos llevará eventualmente a lugares cada vez más aleatorios, hasta desembocar, o no desembocar, esperamos firmemente que desembocar, en Venezuela. Por ahora, estamos tragando kilómetros en dirección general hacia el puerto de Salvador.

Sigue sin interrupciones una topografía interminablemente montañosa; ya desde el litoral de Santos a Baía de Janeiro. Sabíamos, por un mapa de topografía, que el Brasil, salvo a lo largo del Amazonas y de sus tributarios, no es una llanura, pero nunca nos imaginábamos un terreno tan convulsionado, esta infinidad de cimas y valles muy pronunciados.

Ahora mismo, estamos viajando en dirección a un pico que nunca hubiésemos soñado existiría en esta parte del Brasil: el pico da Bandeira, con una altitud de nada menos que 2.845/2.890 metros, claro que aproximadamente. ¿Cuánta gente sabe que hay algo más alto que los 700 metros del Corcovado por acá?

La carretera sigue buena, ancha, moderna, empero no siempre bien señalizada, sin un metro de terreno horizontal, toda de bajadas y subidas, y con centenares tras centenares de curvas.  Nos sentimos viajando otra vez allá en México.

La vegetación, ahora, se divide en pastos cortos y árboles; éstos, tanto de crecimiento natural como plantados.

Gente y viviendas en lo muy humilde, siempre a la vista.

Los Japoneses desaparecieron con São Paulo. En Baía de Janeiro, los reemplazaron los Negros. Por aquí, éstos se van poniendo cada vez más la norma.

Notamos el escalonamiento climático de las etnias importadas, desde lo más templado, con los Germanos y Eslavos en el sur, hasta lo más caluroso, con los Africanos por acá, y con los Japoneses, entre los dos, en São Paulo.

Desde, e incluyendo, Rio/Baía de Janeiro, con la excepción de Belo Horizonte, mucha gente viste muy dejadamente, con sandalias, a veces, pies descalzos, pantaloncito corto y camiseta o camisa harapienta.

Siguen el insulto y el salvajismo de los rompemuelles o rompe molas o saliencias o lomadas cada 100 ó 150 metros en los pueblos. A veces, están meticulosamente indicados, pero, a veces, uno, está indicado, y los demás, no lo son.  A veces, ninguno está indicado.


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Por más moderadamente que se circule, siempre es una tremenda sacudida apta a romper, soltar o torcer algo. Nos preguntamos, si ocurriese algún desperfecto, >>>>>>>>