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amoldarse para sobrevivir, será interesante ver si, a la larga, no se van a volver menos agresivas y menos hacendosas, sin cruzamiento, simplemente por las circunstancias más benignas en América, que no les obligarán a ser tan agresivas y trabajadoras.

Con respecto al avance de estas abejas asesinas hacia el norte, nos enteramos de una idiotez por parte de ciertos círculos vespuccianos tan idiota que no la podríamos creer si no hubiésemos sido nosotros mismos testigos, y parte, de la misma idiotez cuando estábamos en Vespuccia.

En cuanto al avance de las abejas hacia América del Norte, ciertos círculos vespuccianos no se preocupan por una eventual invasión de Vespuccia por las abejas africanas porque "las abejas nunca podrán cruzar el canal de Panamá". Increíble. Pero nosotros lo creemos 100/oo porque hubo casos en Vespuccia, cuando explicábamos nuestro derrotero proyectado en América tanto del norte como del sur, cuando alguien objetó "pero ¿cómo van a poder cruzar el canal de Panamá?". Increíble. Pero rememorándonos cómo son los Vespuccianos, ¿por qué extrañarse?

Pasado Petrópolis, la topografía, de cordillerana se redujo a serrana; el camino se volvió una autopista ancha y de buen trazado por sobre los restos todavía visibles de una carretera antigua; de vegetación exuberante queda sólo el recuerdo y una sábana de pasto.

Pasamos del estado de Rio de Janeiro al de Minas Gerais.

Falta menos para el pueblo de Congonhas, nuestra primera etapa en la zona de Belo Horizonte.

El tráfico no ha sido, y no es, excesivo, pero gran parte es de camiones, y todos echan humo, tipo mexicano. Empezamos a sentir nuevamente nuestras mucosas resecarse.

[1] Llegamos a Congonhas casi al anochecer. Tuvimos justito el tiempo de subir por angostas calles - además sinuosas, además rugosamente empedradas, a veces además bastante empinadas - de este pueblito indudablemente colonial, a la iglesia del Bom Jesus de Matozinhos, y echar un rápido vistazo, a la docena de estatuas sobre su explanada, a su interior, y al interior de seis capillitas delante de la explanada. Mañana, nos ocuparemos más detenidamente de todo esto que parece sumamente interesante; pero la instantánea e instintiva reacción cuando vimos las estatuas en la explanada fue sentirnos en Praga. Y cuando entramos en la iglesia, también fue sentirnos en lo barroco de Praga.



Una de la docena de estatuas de la explanada

Pasaremos la noche justito contra la iglesia, con una linda vista, tanto del pueblo extendiéndose sobre las colinas menores debajo de esta colina, como de una amplia lejanía; sin ruido, sin contaminación. Y sin peligro; no es que nos vayan a guardar las estatuas, sino los policías que guardan las estatuas, y todo lo demás, día y noche.