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Nosotros, mientras tanto, nos quedaremos parados en nuestra playa de estacionamiento del centro comercial, tratando de componer un fuerte resfrío con fiebre, con el cual y la cual, normalmente, no tendríamos que haber hecho lo que hicimos hoy.

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Como beneficio de haber pasado el fin de semana en casa, o sea en nuestro capullo vehicular, en la playa de estacionamiento, tuvimos la oportunidad de explorar las ondas hertzianas algo más, y de escuchar con interés una emisora en particular.

SP Hay, en São Paulo, una radioemisora que se autodenomina Cultural. No es exactamente cultural, porque otra cosa que música o entrevistas sobre música, hasta ahora, no escuchamos, y si bien música inteligente - y hasta la música popular que esta emisora propala es inteligente y demuestra que música popular no tiene por qué ser basura - si bien música inteligente es ciertamente cultura, no es toda la cultura.

La manera de anunciar las piezas es telegráfica; nada de "vamos a escuchar", o "interpretado por"; sólo, esqueléticamente, compositor, pieza, instrumento, intérprete; excelente pronunciación de los nombres extranjeros, incluso rectificación de una ilógica francesa en Saint-Saëns; grabaciones "digitales" (numéricas) con lectura por Rayo de Onda Individualizada Presurizada RIP, mal-llamado laser, según demostramos en su oportunidad.

Gracias a esta emisora, escuchamos ya suficientes lieder de Villa-Lobos, de finísima calidad, para convencernos de que este compositor es víctima, como muchos otros compositores, de la estrechez estereotipada de los altos capos, europeos, vespuccianos, y sus imitadores en otras latitudes, que manejan la dieta musical del público oyente; capos que quieren ver, en un compositor como éste y otros, sólo lo local, exótico o pintoresco que tiene, y obliteran del conocimiento público lo universal y profundo que tales compositores frecuentemente también tienen. El verdadero perdedor no es el compositor sino el público - otra vez por obra y maleficio de quienes tendrían que guiarlo.

Un programa anunció, una vez, melodías japonesas. Se nos afinaron los oídos al instante, se nos agudizó la atención. No podía ser tanto ecumenismo. No, no podía ser. Fueron musiquitas, tipo fines del siglo XIX europeo, escritas hoy en Tokio y alrededores.  ¡Qué decepción, qué engaño!

Pero, por lo menos, podemos escuchar otra vez las grandes obras maestras de siempre, incluso con nuevo condimento; como ser el concierto para violín de Beethoven transcrito como concierto para piano, una interesante hazaña, por la diferencia de sonido, sostenible en el violín, y fatalmente decayente en el piano.