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Hoy, llueve, llueve. El cielo está sellado de punta a punta, como diciendo "ahora mando yo". Muy bien. Si se encapricha, también podemos encapricharnos nosotros. De todos modos, trabajo no nos falta, no será hoy cuando tendremos la oportunidad de sentir qué es el aburrimiento. Al contrario, sentimos como un privilegio imperial, poder enfrentarnos con condiciones meteorológicas, y poder, dentro de límites, darnos el gusto y el lujo de esperar mejores circunstancias para hacer lo que queremos hacer; en contraste con las infelices manadas de turistas que siguen siendo vomitadas por los autocares de turismo y se aprestan, con la resignación de víctimas de un sacrificio, a mojarse hasta los huesos, para ver en blanco y negro, y lluvia, algo que podría ser a todo color y Sol - hasta, posiblemente, para ver nada, por la gran cantidad de nebulización saliendo del farallón de las cataratas.

Porque estas cataratas no son un río con desplome transversal, sino un río bordeando sobre kilómetros el reborde superior de un farallón, y despeñándose lateralmente en miles de lugares diferentes.

En cuanto a los turistas, hay poquísimos en términos de lugares como Machu Pijrchu, porque turistas van a donde se les dice que vayan; pero encontrarse en la angostura de las pasarelas con un cargamento de turistas y, peor, en ciertas horas, cargamento tras cargamento de turistas, es encontrarse con una tropilla o tropillas contra las cuales la mejor defensa es apartarse, si se tiene la suerte de poder apartarse.

Por lo menos, es profundamente cautivante observar, entre ellos, los idiotas que fuman para negar a sus pulmones el oxígeno que necesitan para las subidas y bajadas; los infelices, tan enfrascados en una conversación que no prestan atención a lo que vinieron a ver; los beatos, que toman una fotografía en dos segundos: un segundo para levantar la cámara, un segundo para apretar el gatillo; obedientemente en los lugares donde se les dice implícitamente que tomen fotografías - que son las plataformas - aunque hayan pasado a lo largo de mucho más hermosas vistas, pero donde nadie les insinuó que miraran y fotografiaran; y siempre, se entiende, que haya alguien para fotografiarlo, porque rara vez se merecen las majestuosas, magníficas, cataratas una fotografía por derecho y mérito propios - felizmente, acá, no se puede llegar a tapar totalmente las cataratas del objetivo fotográfico, ni con una docena de expectantes caras, como vimos ocurrir con el monumento de la línea ecuatorial o con el cartel de la punta de la ruta en Tierra de los Fuegos.

Quizás, algún día, habrá que imponer sentidos únicos de caminar por las pasarelas, y tal vez construir pasarelas de doble piso.