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Esta mañana, antes de seguir viaje, fuimos a echar otro vistazo al grupo escultórico de la Anunciación.  Bien hicimos.

En la mejor iluminación de esta mañana, nos percatamos de un detalle que nos había pasado desapercibido en la mediopenumbra de anoche: el Angel debe de ser un ángel guaraní, y de ninguna manera europeo, porque sus alas, cada pluma de ellas, ostentan un fulgor polícromo como sólo un plumaje tropical de la selva guaraní puede lucir, y de ninguna manera un plumaje europeo. No por nada este arte religioso se cataloga no simplemente como barroco, sino como barroco guaraní.

A pocos kilómetros, acabamos de visitar lo que queda de otra misión jesuítica, la de Santa María; vale decir, de visitar nada - por haber sido destruida por un ciclón - salvo un pequeño museo con piezas de estatuaria, talladas en madera y policromadas, algo de dos docenas de ellas, pero sin otro interés que lo estereotipado; salvo que, en un conjunto de Natividad, su escultor paraborigen decidió omitir al burro bíblico y reemplazarlo por una paloma guaraní con su típico penacho en la cabeza, una pycasú - pronunciar la "y" "ui" gutural - y por algo que parece ser el famoso rodente gigantesco sudamericano, el capibara.

Y ahora, hacia la próxima misión jesuítica; o lo que queda de ella - ya que, a esta altura de nuestras experiencias, aprendimos no esperar nada en particular.

Estamos en San Ignacio, otro sitio de misión jesuítica.

Aquí también se esfumaron los restos de la ex-misión, y sólo queda un museo; y, para peor, el museo exhibe tan sólo piezas cuya cantidad y cuyo tamaño no compensan la falta de interés más allá del estereotipado; ni siquiera hay un capibara o una paloma paraguaya introducidos de contrabando en un contexto bíblico, ni siquiera hay un ángel con alas de papagayo.

Pero el recuerdo de esta misión de San Ignacio guardará siempre un lugar especial en la red de varias docenas de misiones establecidas por los Jesuitas en esta parte de América, porque fue ésta la primera de todas ellas.

Lugar apropiado para preguntarse qué fue esa epidemie de misiones en este apartado centro de América del Sur de hace varios siglos atrás.

Las cosas fueron así.

Lo que parece haber sido una empresa religiosa de los Jesuitas, en realidad tuvo su principio en una orden del rey de España, canalizada por Asunción del Paraguay, aparentemente por iniciativa propia del rey, pero quién sabe si no fue por engatusamiento por parte de los Jesuitas, ya que el propio San Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús, había manifestado públicamente el deseo de que su orden fuera a misionar al Paraguay; y aparentemente con fines >>>>>>>>