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única tal misa que haya re-emergido al conocimiento público actual, pero en magnífico, señorial, testimonio de la riqueza musical en esta y otras misiones hermanas, en aquel entonces, en este lugar y vastos alrededores.

Es una misa compuesta para coro de cuatro voces y orquesta barroca; compuesta acá mismo, en América, específicamente para los coros misionarios; y no por un cualquiera sino por el maestro barroco italiano jesuítico Domenico Cipolli: éste, ya antes de hacerse Jesuita, era reconocido en Italia como compositor de envergadura por sus oratorios, óperas y otras obras, y era organista y maestro de coro en la afamada iglesia del Gesú en Roma, cuando lo dejó todo para entrar al noviciado de la Compañía de Jesús y hacerse Jesuita y misionario; en América, su tarea fue componer especialmente para las misiones, y se dice que su música gustaba a los paraborígenes más que la de cualquier otro compositor.

Ah, y ¿cómo es que la partitura se encontró no en el Paraguay sino en Bolivia? Porque en Bolivia y otras partes vecinas también había misiones jesuíticas; además, esta misa en particular había sido encargada por el propio virrey de Lima.

¡Qué caleidoscopio de cosas varias, sin embargo relacionadas, aprendidas gracias a los angelitos músicos!

Durante las excavaciones de estas ruinas - porque aquí, como en cualquier sitio arqueológico que se respeta, hubo excavaciones y restauraciones - se encontró, entre muchas cosas, dos piezas de destinos diametralmente opuestos:

• Por una parte, una pila bautismal milagrosamente todavía de un solo pedazo, hoy protegida por una jaula de tejido de alambre, como si alguien tuviera miedo que tuviera patitas y se fuera.

•• Por otra parte, un púlpito literalmente hecho añicos en unos 1.500 pedazos, púlpito hoy totalmente reconstruido y realmente interesante tanto por su trabajo como por su material: la piedra. En este púlpito, se ve un águila, un buey, un león y un ángel. No se trata de alguna zoolatría celeste sino de los cuatro símbolos dados a los cuatro evangelistas. Este púlpito y varios pedazos sueltos de piedras talladas evidencian todavía la costumbre de embellecer los tallados pintándolos de varios colores.

Lamentablemente, según se dice, y como no podría haber sido de otra manera, muchas obras de arte fueron robadas, y, se supone con lógica, las mejores.

Debajo del crucero, se encuentra una cripta, quizás mejor descrita como catacumbas, con nichos horizontales para los féretros de los dignatarios de la Orden.