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y poco en programas del instante, que nos querían dar solamente diez minutos, por lo que les dijimos que se dejen de embromar.

Tuvimos un encuentro bien inesperado, con uno de aquellos Argentinos que cruzamos en Lima, a quienes habían robado en Arequipa la cámara, las fotografías y ropa.  Nos contó sus problemas:

*/ cómo llegaron hasta la frontera con Venezuela, que les resultó una valla insalvable porque no habían podido conseguir una visa en ninguno de los consulados venezolanos donde la solicitaron (qué felices nos sentimos por la visa que obtuvimos al instante, y qué aprensivos nos sentimos por la cuestión de sus prórrogas inevitables que nos esperan);

*/  y cómo, así, no pudieron regresar por el Brasil;

*/ cómo fueron objeto de algo como diez robos más, incluyendo de adentro del vehículo cuando dormían en él, en varios países salvo Bolivia; uno de los robos, inclusive de los documentos internacionales de su vehículo, una calamidad (qué felices nos sentimos que nosotros, en comparación, fuimos casi inmunes a robos - claro está, con nuestras precauciones);

*/ cómo uno de ellos se enfermó de la comida a punto que tuvo que ser internado (de algo nos sirven las precauciones gastronómicas que siempre tomamos);

*/ cómo habían empezado a llevar un diario pero poco a poco lo dejaron decaer, y finalmente lo abandonaron por falta de perseverancia (qué satisfechos nos sentimos por nuestras inquebrantables crónicas, si bien a veces, y muchas veces, cuestan gran esfuerzo);

*/ cómo tuvieron que correr siempre, y correr más todavía hacia el final del regreso, por falta, de dinero, tiempo y constancia de corazón (esperamos que no nos pasará lo mismo).

Cuando escuchamos música, es música clásica; señal inequívoca de la falta de música folklórica que tanto nos hubiese gustado escuchar en cantidad.

Ahora que dichos programas de música clásica no son deleites sin sobresaltos porque, por alguna razón, la emisora no es capaz de emparejar la fuerza de emisión de las presentaciones por micrófono de los locutores y, luego, la fuerza de transmisión de la grabación musical; por lo que hay que elegir entre oír unos y no oír los otros, o oír los unos y aguantar el estallido de los otros, o ir saltando cada vez al aparato de radio para ir bajando y subiendo el volumen.

También sintonizamos dos programas que se podría llamar de filosofía de la vida cotidiana; en uno de ellos, su autor y locutor justamente comentaba los malos modales de ciertos conductores de vehículos, como ilustración de toda una manera de ser; en el otro programa, el autor-locutor hizo el comentario de >>>>>>>>