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la primera impresión, y la siguiente, y la última, es que al museo no le gusta la intrusión de visitantes, y que trata de disuadirlos por todos los medios: poca luz, como en un roñoso depósito industrial, apenas suficiente, a veces, para ver dónde se pisa; ambiente gris, marrón, polvoriento; muchos de los especímenes, en infames vitrinas de vidrios de última calidad; leyendas colocadas en el piso de las vitrinas, al pie del castigado visitante, y escritas en tipo de libro - como leer un libro a 1,5 metro, 1,8 metro, de distancia, en diagonal, a través de un vidrio onduladito y burbujeado, en media oscuridad; un olor de comida barata desde el primer paso detrás del umbral, proviniendo del lugar mejor publicitado de todo el museo, el bar lácteo.

Sin embargo, el alma bastante sediente de conocimientos como para sobrellevar todo lo anterior descubre colecciones de interés inesperado, e incluso algunas piezas excepcionales - lo que hace todavía más doloroso todo lo susodicho.

 Hay los dos fémures de un saurio que tiene que haber sido muy dino; sólo los fémures, pero de un gigantismo - más largo, cada uno, que la altura de un hombre adulto - que demuestra que el saurio Diplodocus Carnegii Hatcher, que era el más grande encontrado antes de este último descubrimiento - y cuya copia de inmenso esqueleto también se exhibe en este museo, en conjunto, y en comparación justamente, con los dos fémures - no es el más grande que existió.

No sabemos si los proponentes de la coexistencia de dinosaurios y humanos tienen razón, pero, con toda seguridad, hubiese sido altamente peligroso para un humano pasearse, hace 70 u 80 millones de años, cerca de la Aguada del Caño en la provincia de Neuquén, y verse levantado de un mordisco, de entre los árboles, como una lombriz de entre el pasto, como parte del desayuno de este Antarctosaurius.

 Otro gigante que señoreaba, hace millones de años - entre 6 y 8 millones - el territorio de la Argentina de hoy, por lo menos en la zona de Salinas de Hidalgo en la provincia de La Pampa, donde fueron encontrados sus restos, tenía alas. Es el pájaro volador más enorme del cual se tenga conocimiento hasta ahora.

De los pocos huesos encontrados y exhibidos - mal exhibidos - en este museo, la ciencia y el ingenio paleontológicos dedujeron que dicho peligro alado tenía, una envergadura de entre 6 y 8 metros, a comparar con la envergadura máxima de los pájaros de hoy, unos 3 metros; una longitud, de pico a cola, de 3,5 metros; plumas de hasta 1,5 metro de largo y hasta 18 centímetros de ancho cada una; una caja torácica de volumen análogo al volumen de la caja torácica humana; un peso de unos 80 kilogramos.  Así era este Argentavis Magnificens.

Ah, sí.  Un dato, para encontrar fácilmente la susodicha reliquia; desde la entrada misma del museo: seguir el olor a comida barata a su punto de origen; allí, entrando al bar lácteo, está.