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▪ Dos veces, nos ocurrió el siguiente caso. Estábamos viajando más rápido que otro vehículo y nos estábamos adelantando a él. Mientras tanto, surgió, de atrás, uno de los bólidos que se mofan de velocidades máximas y de seguridad, que, cuando pueden, zigzaguean como locos de carril en carril sin indicar sus cambios de carril, y, en vez de dejarnos terminar nuestro adelanto al primer vehículo para retomar nuestro carril y dejarlo pasar a él, empezó a tocar su bocina como histérico, o más probablemente como mal educado e idiota, como si la carretera fuera suya.

     º║º Esta ruta que une Buenos Aires con su aeropuerto internacional es, además, en sí misma, el resumen ilustrativo de mediocridad, megalomania, y tal vez de cosas más turbias también.

 Es una carretera de hormigón, que debió de ser de primera clase cuando nueva; pero, ahora, está salpicada de parches de asfalto, verdaderas tablas de suplicio para neumáticos, elásticos, amortiguadores y pasajeros; y una vergüenza, porque evidencian la total falta de cuidado y responsabilidad en la compostura de la calzada, habiendo seguramente los obreros responsables tirado una cantidad del material reparador y dejádolo así, sin aplanarlo e igualarlo con el resto de la calzada.

Esta misma carretera está flanqueada, de cada lado, por una densa hilera de altísimos postes de alumbrado, tan densa que uno se pregunta por qué, y tan altos que uno se pregunta por qué. La absurdidad del caso se nos hizo patente cuando, una vez, transitamos por esta carretera de noche. El alumbrado de la calzada es totalmente deficiente; lo que más se ve es las dos líneas de focos de luz lejos allá arriba, en la oscuridad del cielo, de manera que el conjunto se parece más a un decorado de fantasía de opereta, en la misma relación con un sistema de alumbrado eficiente y realista que tienen los castillos de cuentos de hadas con un castillo verdadero.

  Inexplicable, a no ser por alguna turbia confabulación, se nos ocurre.

En la misma carretera, a mitad de recorrido, hay una garita de policía, y carteles imponiendo una reducción de velocidad máxima a 40 kilómetros por hora. Pero nadie, absolutamente nadie, les hace caso, todo el mundo sigue corriendo a su velocidad de 80 ó 100 ó 120 por hora - ésta última, por encima de la velocidad máxima general permitida - como si nada ocurriese, y los policías están ahí parados, mirando beatamente los acontecimientos.

     º║º La manera de asegurar, de afianzar, la carga de los camiones, habitualmente no presta a comentarios; pero, a veces, demasiadas veces en el corto tiempo que estamos aquí, se merece un parrafito aparte, muy ilustrativo del más-o-menismo ya notado con anterioridad.

… Un camión cargado de fardos de papel picado, desparramando nubes de papel a todos los vientos.