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Curiosamente, también hemos visto - como, acaso, un último adiós a la Patagonia - unas parcelas muy pobres, con sólo ovejas.

Empero, la diferencia no está sólo en el uso de la tierra, sino también en el fraccionamiento de ésta. Una red más densa de alambrados; cada parcela alambrada, mucho más pequeña que las fracciones aparentemente inmensas, en el sentido literal de la palabra, del austro. Cuando, en el sur, se veía un casco de estancia cada 50 kilómetros, o 100 kilómetros, o no se veía, aquí, hay permanentemente a la vista media docena de cascos, todos a la vez. Habitualmente, no se ve los edificios del casco, sino un característico tupido bosque artificial que los envuelve secretiva- y señorialmente.

En el aire también, hay vida nueva. Muchos insectos, a veces en densas insectadas, mayormente de mariposas, a veces de otros insectos, que no sabríamos nombrar, y, una vez, un enjambre de abejas que nos hizo cerrar las ventanillas rapidísimo.

Tenemos, a nuestra derecha, a regular distancia detrás de la planicie, un cordón de sierras, la serranía de la Ventana, la que, seguramente, no supera los pocos centenares de metros de altitud, pero que aquí, sin duda alguna, acapara la vista.

Eran estas sierras la morada de los Checheutes antes de su genocidio. Los Checheutes tenían su tipo de bautismo: sumergían sus hijos para librarlos del pecado. Una costumbre análoga a aquella de - bueno, no de los Cristianos, ello sería demasiado fácil - sino análoga a aquella de los Inuit en el Artico de América.

Estamos en Carhué. Venimos con un doble propósito: ver una de las zonas más castigadas por aquellas grandes inundaciones, y ver el lago Epecuén, por ser éste uno de los pocos cuerpos de agua en la Tierra en hacer competencia exitosamente al mar, con una salinidad veinte veces mayor que la del mar.

Pues, nos llevamos una sorpresa impresionante. En vez de tener que ver los vestigios de las inundaciones por un lado y el lago Epecuén por otro, en vez de tener que corrernos unos kilómetros más allá de Carhué para ver el lago, encontramos todo junto, las consecuencias de las inundaciones y el lago Epecuén, mezclados en una gran zona anegada, con las aguas lamiendo una de las entradas mismas de Carhué.

Grande fue nuestro asombro ante semejante desastre, con otro pueblo, el de Epecuén, y el cementerio local, todavía bajo las aguas, unos dos meses después de las inundaciones. Pero mayor fue nuestro asombro cuando nos enteramos de que las aguas, en vez de bajar o quedarse estacionarias, siguen subiendo - de a poquito, pero subiendo. Y las previsiones son que seguirán subiendo, de manera que Carhué mismo está amenazado.



Sí, el cementerio está debajo de estas aguas