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De manera que, en cuanto a iluminación, era cuestión de santa, abnegada, paciencia; y en cuanto a viento, en vez de dedicar tiempo y meticulosidad a buscar un ángulo o una distancia apropiados para tomar una fotografía, todo se reducía a buscar dónde sentarse, apoyarse, acostarse, para minimizar el impacto eólico, si bien acostarse tampoco era la solución, ya que, entonces, los granos de tierra se metían en los ojos y la cámara; a veces, el recurso era que Božka se sentara en el suelo, tan inmóvilmente como posible, y que el fotógrafo se sentara detrás de ella, apoyándose, y la cámara, sobre su hombro; pero aun así, los cuadriculados que tenemos en el visor de las cámaras diciéndole implacablemente: no señor, te estás moviendo demasiado.

Finalmente, algo hicimos en esta caminata, y regresamos al coche, con la idea de volver a la carga un par de horas más tarde, con otra iluminación.

Emprendimos la segunda caminata en circunstancias no mejores; pero cuando llegamos al yacimiento, las cosas se habían puesto aún peor; con una vastísima nube negra cubriendo todo el cielo como un corcho, salvo los lejanos límites del horizonte que estaban más o menos azules como para mofarse de nosotros, y con un viento en aumento. El viento arreció tanto que empezó a levantar tormentas de tierra del fondo de un estero vecino seco que envolvieron todo el lugar y a nosotros también, de manera que tuvimos que huir hacia el vehículo sin haber hecho nada.

Más tarde, durante la tercera caminata, siempre jugando al más paciente con las nubes y al más astuto con el viento, logramos tomar unas fotografías hasta terminar un rollo. Quisimos, naturalmente, cambiar de rollo; pero ahí ocurrió el golpe de gracia, o de teatro, como se lo quiera llamar. Si bien la película en la cámara se re-enrolló dentro de su estuche normalmente, salvo las dos o tres últimas vueltas del manubrio, que fueron muy duras, la cámara no quiso abrirse de ninguna manera. Estábamos en el medio de uno de los mejores intervalos de Sol del día, y sin cámara.

Lo que, obligadamente, significó una cuarta caminata para Karel - más bien corrida. Corrió hasta el vehículo, y volvió al yacimiento una cuarta vez, con otra cámara, no solamente para tomar las fotografías que faltaba tomar, sino para tomar nuevamente todas las fotografías anteriores, ya que existía, y existirá hasta que sea demasiado tarde, la duda de un posible defecto de enrollado de la película misma, y, consecuentemente, la duda de un posible daño a las fotografías en el aparato trabado.

Todo ello, naturalmente, siempre entre la espada y la pared, o sea entre las nubes y el viento.

Ah sí, pero la iluminación de la tarde no servía para retomar los temas tomados de mañana; así que, ahora, estamos clavados aquí para otra noche, esperando que mañana las circunstancias no sean peores que hoy, para tomar nuevamente ciertas fotografías matutinas con la otra cámara.