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Esta mañana, cuando echamos a andar, todavía no sabíamos si era hacia la frontera o hacia la punta Dungeness. Felizmente, los primeros kilómetros eran por la misma ruta hacia cualquiera de los dos destinos. Cuando llegamos a la bifurcación, sin haber tomado una determinación a favor o en contra de cualquiera de los dos destinos, con toda naturalidad y sin penas nos dejamos llevar hacia la derecha, hacia la Punta.

Henos aquí pues, viajando con todos los mismos ingredientes de los días pasados: una topografía perezosa, una estepa implacable, un camino entre malo y peor, un viento incansable, si bien muy cansador, y muchas instalaciones de extracción de petróleo.

Ingrediente por supuesto infaltable es el estrecho de Magallanes, a nuestra derecha - ahora que, por aquí, no tiene nada de estrecho. Casi irrebatiblemente, se podría considerar estas aguas como un golfo de acceso hacia la entrada al Estrecho; pero no, es desde la punta Dungeness, o sea incluyendo este golfo, que se calcula el largo del Estrecho.

Allá, en el medio del golfo, dominan las aguas varias plataformas gigantescas de exploración y explotación de petróleo.

Aquí, en tierra, todas las instalaciones petroleras son protegidas contra el viento y la arena; las instalaciones más pequeñas, por un estuche de chapa ondulada; las instalaciones grandes y los campamentos de viviendas, por grandes rompevientos de madera. Pero allá, en el medio del agua, debe de ser terrible.

Recién, del camino que lleva a Dungeness, desviamos por una sucesión de huellas, cada vez menos detectables, hasta volverse más virtuales que reales, hacia la orilla misma del golfo, perdón del Estrecho, para ver el vestigio de lo que, se nos dice, fue un hermoso paquebote de pasajeros, de nombre Olimpia, que encontró su fin en un naufragio en estas costas magallánicas en los primeros años de este siglo; uno de los tantos naufragios causados por estos vientos en los siglos desde el advenimiento de los navegantes europeos.

Una mitad longitudinal del casco no es más que un fósil incrustado en la playa de canto rodado. La otra mitad, incluyendo la proa y la popa, atestigua que era un barco de cierta importancia; todavía se yergue como un fantasma que no quiere morir, con su núcleo de propulsión, o sea las calderas y la biela vertical que movía los dos ejes transversales en sus ambos costados - porque sí, este buque de pasajeros era de aquellos días de pre-hélice cuando lo último en tecnología de vanguardia era la propulsión con ruedas de paletas laterales.

Y estas dos ruedas, todavía gigantescas si bien esqueléticas, todavía quedan firmes en las puntas de sus ejes respectivos, se recortan contra el cielo, dominan todo lo demás, y dan al conjunto un carácter dramático que un buque naufragado con hélice, como lo vimos cuando viajábamos hacia Puerto Hambre, jamás podría tener.