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Embrutecidos por 140 kilómetros y cinco horas del susodicho purgatorio, estamos en el embarcadero, si se lo puede llamar así, del estrecho de Magallanes, esperando la llegada de la balsa.  Sopla un viento muy fuerte.

Salvo para un propósito especial como ser esta Expedición o dedicarse a maniganzas de rápido enriquecimiento, nos parece que toda Tierra de los Fuegos no vale la pena de meterse en semejante purgatorio y de someter el vehículo a semejante castigo.  Es realmente asombroso que el vehículo lo aguante.

Tenemos delante de nosotros, esperando también, dos vehículos, uno chileno, y uno argentino. Lamentablemente, hay que decir que Chilenos y Argentinos, por lo menos este Chileno y este Argentino, son igualmente cochinos, porque ambos van defenestrando basuras.

Este cruce, más por el levante del Estrecho, va a ser cortito; se ve la orilla del otro lado como si se tratase de un río algo ancho - en contraste con nuestro primer cruce, más por el poniente del Estrecho, que duró dos horas y media.

Es que el ancho del estrecho de Magallanes varía entre 3 y 40 kilómetros. Es seguramente en su punto más angosto que lo vamos a cruzar ahora, y fue probablemente en su punto más ancho, antes de angostarse otra vez, que lo cruzamos la primera vez.

En cuanto al largo del Estrecho, las estadísticas dicen que tiene 583 kilómetros, pero nosotros nos preguntamos quién puede decir de manera inobjetable dónde empieza y dónde termina el Estrecho, y, por lo tanto, nos parece que su longitud es tema ideal para el consabido jueguito de discrepancias académicas.

Uf, ya está, ya estamos del otro lado. Fue una travesía no muy larga si se quiere, quizás unos veinte minutos, pero quién se preocuparía por los minutos cuando cada minuto sirvió sólo para preguntarse y preocuparse qué pasaría en el minuto siguiente.

Bajo los embates del viento y del olaje, la barcaza se ladeaba de tal manera que todo el cielo parecía moverse, hacia un lado, hacia el otro, como en una escena fílmica de un cineasta dramático; y un camión, que estaba delante de nosotros, pareció a punto de volcarse hacia un costado; qué satisfacción y alivio era encontrarse detrás de él y no a su lado.

Y así nos vamos alejando de la legendaria Tierra de los Fuegos y del famoso estrecho de Magallanes. Si Homero hubiese conocido estas tierras y este Estrecho de misterios, desastres, sorpresas, tragedias, y ventana a la Antártica, hubiese escrito varias Odiseas.

Estamos estacionados para la noche a mitad de camino entre el cruce del Estrecho y nuestra última frontera chileno-argentina, no sin, antes, haber dado y recibido felicidad en estas últimas horas del 31 de diciembre.