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Estamos a 95 kilómetros de la frontera argentino-chilena hacia el sur. No conviene llegar allí, dentro de dos horas, ya a último momento del día, tanto más que tenemos por delante la incógnita de cómo lograr convencer a los Chilenos que nos dejen pasar. Pernoctaremos pues aquí mismo, en este sitio con el tan exótico topónimo de Tapi Aike.

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Esta mañana, con sólo abrir los ojos, nos percatamos de que ayer, durante todo el tiempo que habíamos estado disfrutando de la vista de la Cordillera, no nos habíamos dado cuenta de que, en uno de sus puntos, se yerguen las Torres del Paine, de las cuales todos los Chilenos a todo lo largo de Chile nos habían hablado con tanto lirismo; probablemente, ayer, habrán sido tapadas por nubes porque hoy, sin duda, se destacan fácilmente de las formaciones montañosas habituales, por sus elevadísimas paredes de roca lisa prácticamente verticales, en realidad a la Fitz Roy, si bien éstas, acá, a la vista, parecen un poco más importantes. Así que estamos mirando ya del otro lado de la frontera - que los Chile-nos nos dejen pasar, luego, o no.

Y ahora, viajando, así como tuvimos, en su oportunidad, el Fitz Roy con su cordón de cerros adyacentes durante tanto tiempo a nuestra derecha, ahora, tenemos el Paine con su cordón de cerros adyacentes a nuestra derecha; y nos estamos acercando más.

Alcanzamos el paraje fronterizo de Cancha Carrera. Hay, aquí, un paso a Chile. Quisimos probar nuestra suerte con los aduaneros chilenos por aquí, pero ni los alcanzamos porque nos topamos primero con un aduanero argentino miembro de la cofradía de los chiflados, como a veces, felizmente pocas veces, los hay - como, por ejemplo, aquel Vespucciano que quiso contar personalmente todo el dinero que llevábamos. Este, argentino, quiso empezar a hacer una lista total y completa de todo lo que llevábamos, incluyendo cada numerito de serie de cualquier cosa que tiene número de serie. La primera vez que hubiese ocurrido algo semejante en todas las docenas de fronteras que ya cruzamos.

Le dijimos gracias, dimos media vuelta, y ahora vamos a probar nuestra suerte con los aduaneros chilenos - y previamente con los argentimos - en el paso de Río Turbio, un poco más al sur de aquí, que felizmente lo hay; y si no, hay otros pasos más.

A la altura de los pueblos de Cancha Carrera y de Río Turbio, el ambiente cambió de fresco a más cálido, y aparecieron árboles, en toda clase de agrupaciones, hasta bosquecillos enlazados entre sí como encaje sobre la estepa, ahora de topografía hasta serrana.

Río Turbio. Centro carbonífero de la Argentina, y tan utilitario y deprimente como se puede esperar de cualquier centro minero o industrial, incluso con >>>>>>>>