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Hay también una cueva, en la cual se planea excavar porque se piensa que, debajo del nivel de los sedimentos presentes, debe de haber pinturas sobre las paredes.

Lo que sí vimos, y en cantidad, fue la habitual dosis de garabatos proclamando públicamente la idiotez de sus autores, o quizás sean los famosos petroglifos que la gente fotografiará en los milenios venideros.

Quizás para compensar la falta de interés rupícola, a alguien se le ocurrió colocar una Virgencita en una de las cuevas. Quizás la encuentre dentro de 10.000 años un arqueólogo feliz, con el nombre de Venus de Calafate.

Y no fue fácil encontrar los monos fueguinos.

Primero, pasamos por cuevas y aleros que no eran los que buscábamos. En una de estas cuevitas, tuvimos un sobresalto al encontrarnos frente a frente con esqueletos sobresaliendo del suelo; esqueletos de ovejas, pero eso lo reconocimos al segundo vistazo - tal vez un caso de paleontología en preparación para los milenios venideros.

Así pasó más tiempo de lo que pensamos, y pernoctaremos aquí no más, en la estepa frente al lago que, más que lago, parece el mar, por la fuerza del viento; a pocos kilómetros de El Calafate.

Hablando del viento, éste a veces se pone realmente enojoso.

>> Por ejemplo, un edificio que necesita una mano de pintura no la puede recibir porque el viento arrastra la pintura de la brocha en salpicaduras; y, pintura que se logra aplicar a la pared, se vuelve en seguida un receptáculo pegadizo de tierra lanzada por el viento.

>> Por ejemplo, ¿cómo se puede tomar fotografías de cierta precisión cuando el fotógrafo está irremediablemente sacudido por ráfagas oscilando bruscamente entre 20 y 50 kilómetros por hora. Y que no se le diga que se apoye en el coche, porque éste también trepida bajo el embate del viento.

>> Por ejemplo, el otro día, al abrir Karel la puerta del coche y empezar a entrar, el viento le cerró la puerta violentamente sobre la espalda, con un golpe en la cabeza.

>> Y a veces la cosa se pone peligrosa. Hay que estar amarrando y afianzando todo a cada instante. Cosa suelta no bien agarrada, se la lleva el viento. Mientras se lleva algún envoltorio, no tiene importancia, pero si se lleva, digamos, una página con valiosas anotaciones, o un billete de banco cuando se paga la nafta, u otra cosa de importancia, ya cambia el asunto. Así como, en todas partes, hay que precaverse de la permanente implacabilidad de la gravedad, aquí, hay que precaverse, además, de la permanente implacabilidad del viento.