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Estamos llegando al pueblo de El Calafate, después de 140 kilómetros de contacto visual con los nevados aquellos, siempre por encima del primer plano de algún lago turquesa, mostrándose bajo varias perspectivas, según nos adelantábamos.

Pero el viento, siempre el viento. Nos detuvimos para medirlo. Oscila entre 30 y 40 kilómetros por hora, con frecuentes subidas a 50 e infrecuentes bajadas a 25.

En El Calafate, tuvimos recién un susto mayúsculo. Nuestros corazones se perdieron un par de látidos, y nos quedamos prácticamente paralizados.

Resulta que la calle principal del pueblo está pavimentada, por lo que es el primer pequeño pavimento después de los centenares de kilómetros de ripio. Cuando, después de habernos estacionado para recabar informaciones y comprar comida, nos pusimos nuevamente en movimiento, escuchamos con pánico ... el mismo siniestro ruido que nos había varado en Bariloche.

Naturalmente, la primera reacción, en este suspenso, fue detener la marcha y arrancar otra vez. Otra vez el ruido. Otra vez detener la marcha, otra vez arrancar, otra vez el ruido, pero algo menos. A la vez siguiente, no ruido. ¿Qué pensar, sin dejarse arrastrar por falsas esperanzas o inútiles desesperaciones?  Más pruebas, estas veces, sin ruido.

Karel reptó debajo del coche. El cardán no tenía juego indebido. Las puntas de ejes parecían bien. Pero ese ruido horrible, algo lo había causado. Alguien sugirió que puede pasar que una piedra se meta en la campana de los frenos y allí se muela hasta salir en pedacitos. Tal vez. Muy bien pudo haber sido esto.  Pero ¡qué susto, en verdad, después de lo de Bariloche!

Nos parece razonable seguir viaje; hacia lo que ha sido nuestra próxima meta durante estos últimos días, el famoso glaciar Moreno, justamente en la extremidad sur de aquella hilera de nevados y ventisqueros coronada en su extremidad norte por el Fitz Roy. Es menester especificar, como concepto global, que "extremidad norte y extremidad sur en Argentina", porque este sistema orográfico-glacial, orgánicamente, continúa, en sus ambas puntas, en territorio chileno.

Estamos estacionados entre El Calafate y dicho ventisquero para pernoctar. Ambiente muy descansador. Una pequeña explanada, que es donde estamos; unas lomitas cerquita en rededor; unas sierras moderadas más lejos hacia un lado; y los altos macizos nevados hacia otro. Agradabilísima fragancia en la brisa; brisa, porque, donde nos estacionamos, estamos un poco protegidos del otro viento.

Al rato de estacionarnos y quedarnos quietos, apareció, en los pocos metros de llanura alrededor nuestro, una liebre; y tres; y cinco; buscándose la ensalada >>>>>>>>