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Martes.

Esta madrugada, tempranito-tempranito, como corresponde al principio de una nueva etapa de una Expedición, de una Expedición de la cual, durante días y noches, no se supo si iba a sobrevivir, nos alistamos con renovada efervescencia, salimos por última vez de nuestro refugio de sotobosque y bosque de Llao Llao, apuntamos rumbo al lejano sur, y estamos ahora pasando la tarde, y nos quedaremos hasta pasado mañana ... de vuelta en nuestro íntimo refugio de sotobosque y bosque llao llaoínos.

Resulta que cuando, antes de dejar Bariloche, fuimos a despedirnos de don Julio, éste, que también es un ex-corredor de carreras automovilísticas y ahora un preparador de coches de carrera, nos salió con que se le había olvidado advertirnos de que, debido a la carrera que se va a realizar, empezando el día jueves a las 14, por las rutas de la región, dichas rutas están transformadas, hoy y mañana, en pistas de la muerte por los pilotos que, con total despreocupación por el tráfico normal, y con total irresponsabilidad, están recorriéndolas como locos para armar sus hojas de ruta, o sea su diagrama de todas las curvas, subidas, bajadas, y demás características, con el coeficiente de acelerada o frenada en cada caso; y de que uno de los tramos ensayados es el camino que tenemos que recorrer nosotros, con la agravante de que, en parte, es camino de cornisa sinuoso y de angostura incómoda para el cruce de vehículos en el más plácido de los casos; y nos aconsejó irnos recién el jueves, por la mañana, cuando los pilotos ya no ensayarán, pero antes del inicio de la carrera.

Ni una palabra.  Ante argumento tan convincente, aquí estamos.

Pero es increíble que las autoridades, si vale la palabra, ya que hay que llamarlas de alguna manera, permitan semejante cosa. Justo hace un rato, por radio escuchamos que un vehículo con escolares tuvo que echarse a un costado ante la arremetida de uno de los bólidos; y continuó el comentario radiofónico, suplicando a los pilotos que tuvieran un poco de compasión al cruzar zonas pobladas.

Don Julio tuvo razón; y tuvimos razón nosotros en hacerle caso.

Mientras tanto, estamos anidados aquí, protegidos en buena proporción contra el incesante embate de vientos otra vez en los 40 ó 50 kilómetros por hora. Es probablemente el preludio a lo que nos espera, según se dice, en la punta austral de América.