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nuestro rinconcito, que ya casi nos parece propiedad privada, de los bosques de Llao Llao, en circunstancias ideales: elección de sol o sombra, grandes árboles, arbustos de sotobosque, pájaros de muchos plumajes y cantos, realmente más gritos que cantos, ambitura, casi temperatura, cálida sin ser calurosa, y una brisa, un céfiro, detectable sólo por la falta de pesadez del aire, y por el tímido movimiento de algunas hojas.

Qué lindo es sólo descansar, sólo reponerse; no tener nada por qué preocuparse, ya que las dos luces delanteras que no prenden seguramente no presentarán una dificultad; no tener nada que hacer, ya que estamos totalmente al día.

Incluso, como beneficio adicional, nuestras mentes así desahogadas pudieron cristalizar en un ramillete, cuya hermosura ahora disfrutamos y disfrutaremos en el futuro, ciertos aspectos filosóficos, sorprendentes por inhabituales, y ennoblecedores, surgidos, en un momento u otro, de la personalidad de don Julio.

Nos entregó, sin conocernos, la llave de su taller para que tuviéramos acceso al baño aun de noche, sin preocuparse de que gente menos honesta - de la que hay - podría sustraerle herramientas, o, de manera menos inmediatamente detectable, fundirlo en llamadas telefónicas internacionales a diestra y siniestra. Se lo hicimos notar. Nos contestó que si alguien le defraudaría su confianza, no le tendría rabia sino lástima, porque hay que ser una criatura muy miserable para defraudar la belleza de una confianza libremente dada.

  Nos prestó, como ya dicho, el valioso libro en tres tomos, sin preocuparse de que gente menos cuidadosa - de la que hay muchísima - se lo podría devolver con toda clase de máculas.

♦  Frente a su taller, sembró, tiempo atrás, un césped que ahora mantiene con regadas diarias y cortes semanales. Una vez, mientras estaba regando, nos hizo el comentario de que también le gustaría plantar algunas flores, que, a las flores, no es suficiente darles sólo cuidado físico como ser tierra y agua, sino que hay también que darles cariño, hay que quererlas, hablarles, que las flores se dan cuenta y lo entienden, que flores cuidadas con solícito cariño desarrollan una belleza mejor que las flores cuidadas sólo físicamente.

   Nosotros no somos flores, pero valoramos plenamente el solícito esfuerzo que hizo don Julio, para conseguir el permiso de importar los repuestos, para traerlos y para regularlos e instalarlos sin escatimar tiempo ni esfuerzo; y, por ello, nosotros también nos sentimos mejor.

Por otra parte, es notable con qué facilidad incorporó don Julio a su vocabulario las palabras "Vespuccia" y "Vespuccianos" que ahora utiliza sin un parpadeo, como si fueran parte de sus conceptos desde siempre; y hay que reconocer que es un concepto útil y justo.