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Volviendo a la ininteligibilidad de los números telefónicos, si la lectura es difícil, como vimos en Iquique, la percepción auditiva, o sea de la boca de alguien, es una ofensa a la practicidad, hasta a los buenos modales, porque nunca se sabe cómo se los va a fraccionar, y por lo tanto uno no puede estar listo para captarlos según un patrón previsto. Indisciplina intelectual más penosa aun con los números telefónicos de Santiago porque no tienen todos la misma cantidad de cifras; los hay de cinco cifras; y de seis; y de siete; así que uno no sabe si se va a encontrar

            con, por ejemplo,  6 91 61 ó 69 1 61 ó 69 16 1
          o con, por ejemplo,  223 0 568 ó 22 30 56 8
         o con cualquier otra  metamorfosis de un mismo número.

El mes de septiembre parece haber sido el mes de los volantines. Se los vendía por todas partes, y se los veía en el aire - o por lo menos tratando de levantar vuelo - por todas partes. Inclusive, había competiciones de volantines, y, en este caso, esos volantines se volvían sanguinarios: para cortarle las alas por así decirlo a sus competidores, ciertos volantines tenían su hilo científicamente embadurnado de cola de carpintero y luego copiosamente provisto de vidrio molido fino para tratar de cortarles el hilo de los demás volantines. Será, quizás, lo que se llama la guerra de las galaxias.

Entre las muchas cosas que nos tocó hacer en Santiago, fue la prórroga por un año más de la garantía internacional del 150/oo para nuestro vehículo, de la cual ya tanto hablamos. A tal efecto, Božka tuvo que hacer una llamada telefónica a Vespuccia. De su llamada a Nueva York, resultó que era necesario hacer una llamada a Virginia, pero no fue necesario iniciar una nueva llamada desde aquí; muy simplemente, desde la oficina neoyorquina donde le informaron de lo de Virginia, la conectaron directamente con Virginia, y cuando terminó la conversación con Virginia, Božka pudo seguir hablando con la gente de Nueva York. ¿No es una delicia semejante servicio telefónico allá en Vespuccia?

Otro trabajito. Se descompuso la máquina de escribir. El carretel quedó trabado. Ni por engatusamiento ni por coerción quiso moverse más. Karel tuvo que hacer de mecánico de máquinas de escribir, buscar el problema en las entrañas y solucionarlo.

Parece que el recurso de asentar la construcción de muros en mezcla de cal y huevos no era una ocurrencia tan aislada. Aquí mismo, en Santiago, se construyó, en el siglo XVII, tajamares con dicho recurso.

Para quienes nunca podrán viajar a Europa, astillas de Europa viajaron a estos confines:

\ el palacio Cousiño fue decorado en tipo versallesco por artistas y artesanos traídos especialmente de Europa;

\ y las columnas de la iglesia de la Recoleta navegaron desde Italia por el estrecho de Magallanes.