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Encontramos en el suelo, en un rincón apartado, entre varias otras basuritas, algo más extraordinario que un billete de banco de un millón de pesos: es un billete de banco de un peso, algo probablemente no mucho menos notable que un diente de dinosaurio, de manera que, ahora, tenemos una colección de billetes de la moneda argentina inigualada en ninguna otra moneda, por extenderse desde el singular billete de un peso hasta el millonario billete de un millón. Bastante abrumador.

Y sigue lloviendo y lloviendo, vale decir que, seguramente, en la Cordillera y en el cono sur, sigue nevando y nevando.

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Hace una semana que estamos en la ciudad de Mendoza. Nada notable ocurrió, pero, no muy sorprendentemente, si bien siempre muy incomprensiblemente, mil y una cositas nos ocuparon cada momento del tiempo. No lo entendemos, pero así fue.

Mañana, tendríamos que seguir viaje para cruzar otra vez los Andes; esta vez, todo por camino asfaltado; en dirección a Santiago de Chile; pero de asfalto bien inútil porque sería, según nos enteramos, con cadenas obligatorias en las ruedas, contra enhelado. Cadenas para las cuatro ruedas tenemos, pero ningún entusiasmo.

Sería, de todos modos, oportuno poner las anotaciones al día.

 La primera diligencia que hicimos, fue ir al consulado chileno a consultar la guía telefónica de Santiago, para anticipar qué nos ofrecería la capital chilena en renglones como revelado de fotografías, mantenimiento del vehículo y otros. Siendo que, por la guía, Santiago parece ser una genuina metrópoli que Mendoza no alcanza ni fraccionalmente, decidimos dejar todo lo no vital en el momento para Santiago.

   Además, del consulado salimos con otra muestra de la eficiencia turística chilena que ya tuvimos la oportunidad de disfrutar y admirar en Iquique: con un plano en debida forma de Santiago y un mapa del Gran Santiago y sus accesos.

Mendoza es una ciudad sólida y limpia, con pocos edificios altos y sí muchos barrios de calles arboladas y de lindas casas bien puestas. También hay un crecido número de plazoletas con sus bienvenidos espacios abiertos. Incidentalmente, las plazas y plazoletas de las ciudades argentinas, si bien son lindas y agradables, nunca tienen ese carácter muy especial de señorío e intimidad que varias veces comentamos en otros países más al norte.

   En Mendoza, hay una locura que no se entiende sino como locura: a lo largo de casi todas las calles, hay angostas zanjas a pique longitudinales entre la calzada y la vereda con el muy loable propósito de regar los árboles con agua >>>>>>>>