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Esta mañana, nos levantamos, como estuvo sucediendo desde ya hace semanas, en total oscuridad, lo que no quiere decir muy temprano. Por ejemplo, esta mañana, a las 7:30 era todavía noche cerrada, y recién un poco antes de las 8 empezó a diluirse la oscuridad.

Después de unos 270 kilómetros - distancia ésta muy aproximada y sin garantía, por razones ya obvias - de semi-desierto con, siempre, a nuestra derecha, los primeros contrafuertes de la cordillera de los Andes que ya conocemos tanto por dentro, el mezquital cedió el paso a grandes extensiones de viñedos.

Estamos a quizás unos 30 kilómetros de la ciudad de San Juan, distancia ésta tampoco sin ninguna especie de garantía. Son impresionantes los incontables millones de plantas de vid, cada una infaltablemente con su poste, alineadas en perfectas hileras. Por alguna razón, nos impresiona más un viñedo que otro cultivo. Quizás sea con fundamento. Ningún otro cultivo jamás está cercado, como muchos de estos viñedos lo son, por un denso y alto alambrado sobre postes de hormigón como, habitualmente, se ve solamente alrededor de complejos industriales.

Estamos en San Juan, una ciudad no muy grande, pero sólida y limpia.

Entre otras cosas, compramos nafta, y, de paso, nos enteramos de que, felizmente, no toda la Argentina usa alconafta, solamente aquellas provincias donde sobra alcohol de origen vegetal; y nos enteramos de que la alconafta es dañina para piezas de goma como ser el diafragma de la bomba de combustible y varias conexiones. Cómo haremos en el Brasil, donde creemos que todo el combustible es alconafta, no sabemos.  Veremos.

Lamentablemente, es aquí que la Argentina se sumó a la nómina de países vándalos, porque aquí es que unos muchachones, que habíamos dejado acercarse con confianza a nuestro vehículo, nos arruinaron parte de la inscripción. Se terminó la confianza y la amistad con la juventud en la Argentina. Le dimos la oportunidad, pero no se la merece.

Ya juntamos unos datos respecto al Tahuantinsuyense congelado, pero también nos enteramos de que, para posiblemente verlo, tendremos que corrernos unos 23 kilómetros fuera de la ciudad a un museo ad hoc. Un caso, que parece algo exagerado, del ideal de la decentralización, a no ser que sea una astuta maniobra para obligar a los interesados a quedarse gastando su dinero más y más tiempo en la provincia de San Juan.