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Estamos pasando por Tolombón, preguntándonos, otra vez, con incredulidad, cómo puede el museo de Tilcara exhibir información tan equivocada.

En esta misma zona, hay ruinas de un pueblo pre-hispánico, pero ruinas así hay por todos los lados y ya sabemos que no son más que muros de pirca, de gran interés seguramente para quien necesita corrales para animales, pero de interés nulo para quien tiene interés en arquitectura o arte. De todos modos, un poco más lejos, hay ruinas, las llamadas Quilmes, que son nuestra próxima meta y que, nos tememos, sólo confirmarán las susodichas aseveraciones.

Estamos en las ruinas de Quilmes y tenemos a la vista la confirmación de nuestros temores. Había aquí una zona poblada paraborigen de quizás unos tres kilómetros cuadrados, ocupando el pie, las laderas y la cumbre de un cerro. Naturalmente, tenía algún sistema defensivo. También tenía una represa de agua para sus cultivos. Hoy, todo está reducido a un pedregal en el suelo, casi como si fuera un pedregal natural, salvo en una pequeña porción, que fue diligentemente reconstruida por los arqueólogos, con la misma pulcritud que en Tilcara, para que se vea qué son muros de pirca, pero que, en definitiva, para quien no se deja hipnotizar por las sugestiones de que ello es algo, no es nada.

Hasta el siglo XVII, los Quilmes siguieron viviendo aquí, defendiendo tenazmente su libertad, para finalmente caer, ellos también, víctimas del genocidio.

También hay un museo en el lugar, con algunos artefactos rescatados de entre los escombros. Este museo es lo más notable del sitio, por la suprema estupidez de su concepto estructural: tiene por ventanas unas ventanitas simbólicas, más claraboyas que ventanas, como si fuera una celda para condenados a muerte, de manera que no se ve nada de lo expuesto, y lo expuesto está colocado contra las ventanitas, lo que lo hace todavía más invisible contra la luz de afuera. No hace faltar ser arquitecto para idear semejante burrada.

Y, sin embargo, hay nubes de turistas, como hormigas sobre una torta. Es que la gente es muy hipnotizable, especialmente en masas.

Por lo visto hasta ahora en lo que recorrimos de los lugares habitados de la Argentina, los puntos de interés son pocos y de poco calibre, pero la maquinaria turística tiene la gente enregimentada para sacar el máximo jugo de lo poco que hay, sin perdonar nada. Por ser la Argentina un país, según se dice, en quiebra, o por lo menos incapaz de pagar sus deudas, y por ser esta época, a los antípodas de la estación de vacaciones, es notable la actividad turística, tanto por coches particulares - algunos con acopladitos, algunos del tipo casa rodante que hasta ahora sólo en Vespuccia hemos visto - como por autobuses de lujo.