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Estamos en Purmamarca. El interés de Purmamarca radica en su aventura de querer preservar su fisionomía de pueblito típico andino. Claro que no por amor al arte o a la herencia, sino como elemento comercializable para atraer el turismo.

Con tal fin fue que, hará unos doce años, estableció normas para su autopreservación, normas bien pensadas, hay que reconocer:

… Los frentes de edificios no podrán sufrir modificaciones.
… Se mantendrá la altura máxima de una sola planta.
… Toda construcción nueva deberá ser aprobada.
Se mantendrá el sistema de construcción tradicional: muros de adobe y techo >>de torta (sin embargo, se podrá utilizar otros materiales siempre que la >>terminación tenga apariencia similar a las construcciones tradicionales).
… Las ventanas y puertas serán de madera.
Se prohibe automotores dentro del ejido urbano; salvo los vehículos de > residentes y abastecedores.
… Se prohibe publicidades callejeras, aceptándose tan sólo una identificación >>por negocio.
… Las calles y veredas quedarán sin pavimentar.
… Los árboles quedarán intocables.
No habrá antenas de televisión particulares: una sola antena para un cable >>coaxil.
… En las afueras, la densidad  de ocupación del suelo no podrá aumentar a más >>de 15/oo por encima de la actual y no se podrá interrumpir las vistas hacia >>el pueblo.
Hosterías, sí, pero fuera del pueblo, y poquitas, para no sumergir los 300 >>residentes.

Por lo visto, todo se respeta al pie de la letra,

-  automotores forasteros no entran al ejido urbano - es que, muy simplemente, >>automotores forasteros no vienen, y cuando aparece uno, es una rareza;
- la densidad de ocupación del suelo en las afueras se quedó, no tuvo ninguna >>dificultad en quedarse, dentro del aumento de 15/oo ... porque no aumentó >>nada;
- y las  hosterías fuera del pueblo no sumergieron los residentes ... porque >>simplemente no las hay.

En otras palabras, la grandiosa estrategia mercantil no surtió efecto y, por lo que vimos, solamente un soñador podía haber pensado que funcionaría, porque todo lo que el pueblo ofrece es perfectamente anodino salvo un frondoso árbol de cierta distinción, una pequeña capilla, y, eso sí, todo alrededor, una gloriosa combinación de los colores pastel minerales que nosotros mismos admiramos tanto, tantas veces, en tantos lugares.

Cuántos pueblos hemos visto nosotros verdaderamente típicos hasta la médula de sus huesos, y podemos asegurar que, en esos pueblos verdaderamente típicos, no vimos nunca tiendas o escaparates tratando de vender las chucherías de siempre a los turistas, como los hay aquí.