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Son las 16:30. Hoy, de Salta hay que olvidarse. Vamos a andar un poco, en busca de un lugar para pernoctar. Vale decir, vamos a bajar por el laberinto de las curvas y de sus cortadas.

3.600 metros.  Cabras y ovejas.

3.300 metros.  Los primeros ejemplares del famoso ganado vacuno argentino.

De este lado de la frontera, se nota una presencia de los paraborígenes un poco más nutrida que en Chile, donde éstos habían desaparecido casi por completo. Hasta vimos dos mujeres llevando, otra vez, sus niños en la espalda, si bien, por otra parte, su vestimenta era totalmente utilitaria y prosaica, de pantalón.

3.100 metros. Como es más lógico, parece que fue una excepción la tropilla de vacunos, y hasta las cabras y ovejas. Sigue imperando la arrugada red de quebradas secas, si bien empiezan a multiplicarse cactos altos y esbeltos.

Ahá. Cerca de un pueblito - con una iglesia y media docena de casas - una cancha (¡la conocida palabra quechua, no cierto!) una cancha de balompié. Qué mejor lugar para pernoctar que este cuadrilátero de los inspirados.

Hay, en las cercanías de este vecindario - Santa Rosa de Tastil - un sitio arqueológico que se puede llamar de importancia si se da importancia a tamaño: varias hectáreas densamente cubiertas de los restos de muros de un pueblo pre-incaico, un centro comercial, de unas dos mil personas, se calcula. Cabe tener presente que decir pre-incaico no quiere decir tanto como suena porque, en estas partes, los incas llegaron ya tarde en su expansión, o sea hacia el año 1450.

Parece que el sitio no fue estudiado debidamente, pero se encontró restos de telas con dibujos y colores y técnica bastante refinados.

A la vista, hay grandes cantidades de petroglifos, pero cantidad no quiere decir calidad. Uno se pregunta por qué los paraborígenes hicieron tantos garabatos; ya ni siquiera se puede explicar por propósitos rituales; a lo mejor, estos paraborígenes no eran muy diferentes de la mayoría de la gente de hoy y quizás garabateaban por garabatear, para pasar el rato y arruinar las cosas. Pero hay un garabato, perdón, un petroglifo, que llama la atención por su forma circular, sus rayos internos, sus divisiones, que muy bien podría ser algún tipo de marcador de tiempo.

A unos kilómetros más abajo de aquí, hay otro sitio de ruinas paraborígenes, de nombre Morohuasi, en la quebrada del Toro, pero nos parece que tampoco presentan un interés transcendental.

Recién, antes de dormir, recorrimos un poco las ondas radiofónicas. Entre otras cosas, por otra parte de poco atractivo, sintonizamos, por primera vez >>>>>>>>