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En este momento - que es a último momento, porque para nosotros el día ya había terminado sin novedades, y no sabíamos qué pasaría mañana - acaba de aparecer, en la semi-oscuridad, el administrador de la mina, manifestándonos que el Aucanquilcha está todavía fuertemente nevado, pero que él cree que mañana quizás se podría intentar alcanzar su cumbre. Y quedamos convenidos pues, de manera tan inesperada y sorpresiva, que mañana se intentará la subida, suponiendo, naturalmente, que no caiga ni un solo copo nuevo de nieve de ahora hasta entonces.

De paso, descubrimos durante la conversación que la población de nombre Aucanquilcha a 5.250 metros, que era una de nuestras metas al venir a Ollagüe, y que todo el mundo nos aseguró que no existe, de hecho, si bien, hoy, ya no está poblada, todavía existe, y, en otros tiempos, existió como población habitada.  ¿Cómo es que nadie en Ollagüe supo hacernos esa relación?

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Esta mañana, amanecimos con una mínima de 13 grados tórridos - estamos en los "trópicos", ¿no cierto? - bajo cero, exactamente lo que no necesitamos.

Por una parte, con todas las pérdidas de agua y de su anticongelante sufridas en estos días, y con el agua - ahora pura por falta ya de anticongelante - que tuvimos que agregar, la protección del motor desmejoró de menos 37 grados a sólo menos 12 grados. En este caso, no es jugar con el fuego sino con el frío, con la integridad física del radiador.

Menos mal que anoche, antes de acostarnos, Karel calentó el motor. El cielo estaba hermosamente sembrado de estrellas y la Luna menguante brillaba. A la una de la mañana, Karel se levantó para hacer lo propio; el cielo seguía hermoso. Y a las 5:30 de la madrugada, Karel hizo otra vez lo propio; el cielo seguía hermoso. La ironía y lo malo fueron que, por las mangueras arregladas con pernos así no más, Karel no se atrevió a calentar el motor tanto como lo hizo, a veces, en el Artico. Y cuando se levantó el Sol, el cielo se mostró de un azul inmaculado.

Por otra parte, tampoco es la coincidencia más adecuada la de tener la calefacción descompuesta con estos fríos - no por nosotros, sino por no poder derretir fácilmente el hielo que se acumula en el parabrisas. Otra vez, sacamos el secador de cabellos de doce voltios que nos sirvió tanto en el Artico, donde ni la calefacción del coche alcanzaba a despejar el hielo de los vidrios.

Finalmente, si la friotura bajó a menos 13 grados, aquí, a 3.700 metros, ¿a dónde habrá bajado a 4.000, a 5.000, a 6.000, metros de altitud? Y ¿cómo influirá semejante helada sobre nuestra tentativa de subir al Aucanquilcha más tarde hoy?