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  En ningún país recorrido hasta ahora en esta Expedición - y en todos fuimos extranjeros - tuvimos que presenciar semejante muestra de mala educación y estupidez. Entre todos los demás países que conocemos como extranjeros, solamente Francia muestra igual estúpida xenofobia. Sales étrangers, se nos decía.

  Finalmente, estos malos Bolivianos, como para subrayar su propia falta de educación y de inteligencia, pocas veces dejaron de someternos a una metralla de insultos, entre los cuales los favoritos parecen ser: cocaineros, judíos, gringos, brutos.

* Lo que valía 100.000 pesos bolivianos, hace tres meses, cuando llegamos a Copacabana, ahora vale 170.000. Naturalmente, se trata de algo totalmente ilegal; pero, naturalmente, como descubrimos en estos tres meses, todo el mundo - medios de comunicación y gobierno inclusive - lo utiliza como parámetro de comparación. Por lo tanto, naturalmente, no hay que ser más legalista que la ley y andar con eufemismo cuando, muy llanamente, se trata del dólar negro.

*  Algunas cosas buenas - por su ausencia - también hay.

  Basta acordarse de la basura pornográfica desplegada descaradamente en cada esquina de muchas ciudades grandes de Vespuccia, inevitablemente a la vista de todos los ojos, que tengan cinco años, quince o cincuenta, para sentir el privilegio enaltecedor de poder caminar por las calles de Bolivia sin tener la percepción insultada por semejante morbidez y, sobre todo, falta de consideración del prójimo.

  Basta acordarse de los diarios indecentemente gordos, a menudo abandonados en lugares públicos de Vespuccia, esperando tan sólo un soplo de viento para volverse basura revolviéndose en el suelo, para apreciar que, aquí, nunca nadie deja un diario detrás suyo - parafraseando un dicho: en Bolivia, poco se crea, pero nada se pierde.

  Nosotros mismos, cuando nos queda algo que ya no nos sirve y que no podemos seguir llevando con nosotros, nunca lo tiramos a la basura. Siempre lo dejamos pulcramente a la vista, en el suelo, y siempre, en cuestión de minutos, alguien se lo lleva como un valioso hallazgo caído del cielo. Asimismo, fuera de las ciudades, nunca tiramos desechos de verduras: éstos van a chanchos; y no tiramos desechos como cáscaras de quesos: éstos van a perros; y migas u otros corpúsculos comestibles, van a pájaros, o insectos. Así tendría que ser en todos los países, aun los que, por suerte o trabajo o robo, son ricos.

  Basta acordarse de los daños por las lluvias ácidas, de los daños a la ionosfera, causados por el subdesarrollo de los países industrializados, para apreciar que los cholos y las cholas, en su filosofía de indolente sobrevivencia, por lo menos no perjudican la única naturaleza que tenemos.