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Dos horas y media de intenso trabajo de análisis de las condiciones dadas, y de proyección de las consecuencias de las varias opciones hasta el final mismo de esta Expedición; qué desgaste de los sesos; como tratar de aunar dos docenas de cabos de diferentes grosores en un solo nudo con una sola mano. Y pensar cuántas veces la gente viene a decirnos, con una dulce sonrisa: Ay, qué lindo es viajar así.

Llegamos a la conclusión de que, para poder tomar una determinación, nos faltan datos que podremos conseguir únicamente con una llamada telefónica a Nueva York.  Tres veces llamamos sin conseguir la persona.

¿Qué, ahora? Decidimos volver a La Paz, según teníamos previsto, e intentar llamar nuevamente desde allí.

Con todo lo anterior, se pasó todo el día; así que nuevamente dormiremos en el mismo sitio que anoche, en una plazoleta frente a un puesto de policía, y mañana muy temprano tendremos que salir para el largo camino de retorno a La Paz.

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Hoy, muy de madrugada, el día empezó con una nota, o mejor dicho toda una melodía, de optimismo. En la oscuridad que todavía reinaba en la plazoleta, porque, por alguna razón desconocida de nosotros, las luces, que quedan encendidas toda la noche, se apagan dos horas antes del amanecer, escuchamos una sombra silbando lo mejor que podía - que no era muy bien - una famosísima melodía; de no creerlo; pero la melodía seguía y seguía. Interpelamos la sombra: resultó ser un muchacho de unos diez o doce años. Le preguntamos si sabía qué estaba silbando. Teníamos miedo, aunque estábamos preparados para ello, que nos dijera algún título como Dulce Amor, o algo por el estilo. Pero no. Si bien no se acordaba, en el momento, del nombre del famoso compositor, sabía que la melodía venía de un coro de una sinfonía. Así que tuvimos que refrescarle la memoria y decirle que era el tema del coro de la novena sinfonía de Beethoven. Le preguntamos dónde había escuchado semejante música. Dijo, en la televisión boliviana. No nos hacemos muchas ilusiones en cuanto a la televisión boliviana, como no nos hacemos muchas ilusiones en cuanto a ninguna televisión, pero esto ciertamente se merece un aplauso para la televisión boliviana.


                                                         Dejando Potosí y sus típicos sombreros ... de señoras

Estamos viajando. Todo, hasta lo habitualmente desagradable, parece combinarse para hacer este viaje agradable.

Para empezar, la garita de las hojas de ruta, hoy, no se puede llamar peladero porque, de voluntad propia y sin apremios nuestros, nos cobró el encargado lo justo y sólo lo justo. Segundo caso de rectitud, para que no se pueda decir que todo está podrido.