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Ayer, pues, vimos lo que quisimos ver; más de lo que nos hubiese gustado ver.

Lo de más fue la trocha de acceso. Desde su principio, la trocha nos había parecido muy problemática, con trechos de barro, trechos de roca viva, desniveles inquietantes, curvas agudas, haciendo subir cada vez más la aprensión, más que la aprensión, la tensión de qué obstáculo, quizás invencible, nos esperaba dónde, y sin manera de dar vuelta en esta estrechez.

Eventualmente, la suerte nos quiso dar un alivio y una oportunidad de retomar control de nuestro destino, en la forma de una minúscula explanada donde, en cinco o seis maniobras, se podía dar vuelta, si así quisiésemos. Como sabíamos, por lo convenido en la mañana, que, detrás de nosotros, vendría eventualmente un jeep del servicio arqueológico con el director del museíto, aguardamos.

El tramo que habíamos recorrido, nos informó el director, era lo mejor. Lo malo-malo, recién estaba adelante, y muchas veces peor que lo ya recorrido. Ahí no más, no hubo más dudas. Decidimos, que nuestro coche no se podía arriesgar un paso más, que tenía que quedarse donde estaba para poder dar media vuelta, que Karel iría a ver en el jeep del director, y que Božka se quedaría a cuidar el coche.

Apenas dada la vuelta a la primera curva, Karel vio lo astuta que había sido Božka en "sacrificarse", como en Pisajr, con la sinecura de cuidar el coche. Le pareció oportuno prepararse para un vuelco en cualquier momento. Quiso ver cómo se abría la puerta en una emergencia, pero descubrió que la cerradura estaba rota y que no se abría sino como una caja de caudales, sólo después de mover con los dedos, en secuencia, dos piezas del mecanismo interno.

Tres veces paró el director-conductor del jeep, dudando si atreverse a seguir. Finalmente, decidió que habría que terminar a pie, unos 20 minutos.

Qué inspiración habíamos tenido de no seguir con nuestro vehículo. Nos hubiésemos metido en una imposibilidad sin salida, sin poder ir adelante, sin poder dar media vuelta, sin poder hacer marcha atrás. ¿Cómo pudieron tener, el encargado del sitio y el director del museo, la irresponsabilidad de decirnos, en la mañana, en el museo, que se podía llegar, habiendo ya visto nuestro vehículo, cuando ni siquiera un jeep puede llegar?

Mientras el director, el encargado y Karel caminaban cuesta arriba, Karel tuvo la chistosa idea de decir: ¡qué lindo sería si hubiese un teleférico! Pero, chiste no fue para el director.

Le contó a Karel que un teleférico ya podría haber estado funcionando en reemplazo de la maldita trocha; que, años atrás, se había hecho un estudio de teleférico, se había ya hecho los planes técnicos, se había conseguido la financiación apropiada; que técnicos bolivianos ya habían ido a Europa a estudiar teleféricos, y técnicos suizos habían venido a Samaipata a estudiar >>>>>>>>