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También vimos unas fotografías de las ruinas de Incallajta, nuestra próxima meta. No parecen gran cosa: un muro un poco tipo Rajrchi, pero únicamente de piedras toscas; quizás ni valga la pena ir a Incallajta.  Veremos.

Estamos estacionados, pues, en la plaza central de Cochabamba para pernoctar debajo de las palmeras y de la Luna cochabambinas. Esta plaza, acogedora como lo son tantas plazas en América hispana, tiene además una iluminación que, por su fuerza y calidad, parecería preparada para la filmación de una película. Es tremendo el lujo, para no decir el derroche, de luz.

Entre la mucha gente que está paseando, hay algo que nunca vimos en otro lado: algunas docenas de personas, mayormente jóvenes, si bien también algunas adultas, con atados de hojas, o un libro, leyendo y leyendo, ya sea sentadas o caminando.  ¿Qué es eso?

Preguntamos. Son estudiantes de la Universidad que vienen a estudiar en esta plaza hasta las altas horas de la noche. Divertido cómo cada lugar tiene, a menudo, una costumbre local.

En otro renglón, esta ciudad se enorgullece del papel desempeñado por sus mujeres durante su defensa en la guerra de independencia.

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Noche no muy tranquila, en esta plaza. A las 4 de la mañana, había todavía un solitario lector de atado de hojas ambulante. A las 5, había desaparecido, pero ya empezaban a moverse los demás Cochabambinos.

Apenas salidos de la ciudad, nos topamos otra vez con el peladero de incautos o despreocupados, también conocido como garita de hojas de ruta - con punto de salida, punto de llegada, y motivo del viaje - y peaje por las mismas; otra vez, nos quisieron cobrar cualquier cosa arbitraria; otra vez, hubo que apretarlos implacablemente contra las tarifas y los reglamentos, y pelear, paso a paso, hasta conseguir que se nos cobrara sólo lo justo y se nos diera lo debido - y aun así tuvimos que pagar más de lo matemáticamente justo, porque no tenían tarifa exacta a donde vamos a ir, sino un poco más lejos, y porque no tenían los recibos del valor exacto, sino hasta ese un poco más lejos; así que tuvimos que pagar un poco más que la tarifa, o sea hasta el punto un poco más allá del punto adonde queremos ir. Hay una sola palabra para caracterizar esos peladeros, y se la dijimos directamente en la cara; solamente que la cinta magnética y el papel no la podrían aguantar.

La carretera, esta mañana, sigue de asfalto, pero, lamentablemente, del regular para abajo, hasta del pésimo. Y no hay más carteles amenos e informativos a la entrada de cada pueblo.