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Se terminó la gloria. Estamos con una ración de 30 kilómetros por hora, y con fuertes sacudidas para poder tragarlos. Parece que, dentro de 50 kilómetros, habrá otra vez asfalto. No se entiende por qué dejan este trecho calamitoso como está. Ni siquiera el que hayamos entrado en zona serrana, serrana dentro del altiplano se entiende, es justificativo suficiente.

Ya tuvimos tres puestos de control desde que arrancamos; pero en Bolivia la cosa es peor que en otros países donde hay también puestos de control caminero: en los otros países, por lo menos, el oficial se acercaba al coche; aquí, cada vez hay que correr del coche hasta la garita como muchacho o muchacha de mandados, con la dichosa hoja de ruta o el papel borrador que, a veces, sirve de hoja de ruta, para hacerla sellar. Es una pura y simple esclavitud, y si fuese así en todos los países, esta Expedición sería un purgatorio.

Recién, nos paró el conductor de un camión con un desperfecto mecánico, preguntándonos si tenemos herramientas. Sí, tenemos herramientas. Arregló su desperfecto, y, de paso, nos habló.

Es el dueño, por herencia, de una cadena de ferreterías en varias ciudades del interior de Bolivia. Una empresa fundada por su abuelo, un Alemán que vino a Bolivia en mula desde Argentina.

Nos contó, que la desastrosa situación presente de Bolivia no es una característica permanente del país; que, hasta hace dos años, se podía trabajar y vivir bien en Bolivia; pero que, desde entonces, había surgido una filosofía de democracia, y que, para los Bolivianos, a quienes nunca les gustó trabajar, democracia es sinónimo de haraganería, de recibir algo por nada; que, por ello, el país está donde está, por ello, hay escasez de todo y colas para todo, y por ello, su propio negocio vende, en estos momentos, un 3 ó 4/oo de las ventas que tenía anteriormente a dos años atrás.

Nos contó que, en Cochabamba, donde él tiene una sucursal, para conseguir querosén, hay que inscribirse en una lista y depositar la cédula de identidad el día anterior, para recibir la gran cuota de cinco litros de querosén el día siguiente.  Y nosotros nos quejábamos de la situación en La Paz.

Nos habíamos preguntado ya varias veces cómo era que no se veía llamas o alpacas en Bolivia. Esta mañana, aquí están, por manadas, haciendo un incongruo contraste con el oleoducto boliviano: lo antiquísimo y lo moderno.

Andamos por los 4.500 metros de altitud. Debemos de estar siguiendo una cresta porque tenemos amplísimas vistas ora de un lado, ora del otro lado, del camino, y el oleoducto sigue con nosotros - mejor dicho, las tres pequeñas cañerías que conforman el oleoducto. Este oleoducto tiene algo en común con las garitas de las hojas de ruta y con el papel higiénico bolivianos: unos asombrosos desorden y falta de prolijidad.