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vehículo. Habíamos caído en una zanja cavada a través del camino, pero tapada de agua, como tantos otros charcos que ya habíamos vadeado. Ni nuestra doble tracción pudo sacarnos de la trampa. De poco nos sirvió la presencia, que sospechamos sadista como siempre en estos casos, de una horda de lugareños. De entre la muchedumbre, emergió el dueño de un colectivo que se ofreció a jalarnos de la trampa.  Naturalmente, no por compasión sino por pasión - de billetes.

Evidentemente, los lugareños no se meten, pero ¿los forasteros pasando por este camino troncal? ¿Por qué el ministerio de transportes y comunicaciones por intermedio de su servicio nacional de caminos no pone una valla de advertencia? ¿O, por qué los vecinos mismos, si tuvieran un poco de compasión, inteligencia, sentido cívico y amor propio, no le ponen un par de piedras de advertencia? Eso sí sería ser mejor patriotas, mejores Bolivianos, que abombar vaciamente el pecho y cantar el himno nacional.

Caso número dos.

El inevitable retén - mezcla de policía, para documentos, con el susodicho servicio nacional de caminos del ministerio de transportes y comunicaciones, para dinero. Describir el desorden que reina en esa garita sería recurrir a palabras que no existen en el diccionario. Lo que sucede es que los demás motoristas, como ovinos, paran, pagan, sin interesarse en qué y por qué pagan, pero nosotros quisimos saber, para comparar lo que el encargado pretendía cobrarnos por este kilometraje con lo que pagamos de Copacabana a La Paz. Querer hablar clara- y razonablemente con semejante seso tupido es pedir demasiado. Estaba programado para reaccionar de una manera, en una dirección, y otra cosa no se podía sacar de él. La cosa se puso tensa, con una cola de vehículos atrás de nosotros, esperando; pero nos mantuvimos firmes y finalmente pudimos leer el texto de los decretos que regulan el cobro de peajes.

Si todo el país es como la irresponsabilidad de la zanja dejada aparentando un simple charco, o como el - bueno, no queremos usar palabras que no hay en el diccionario - de la garita, no es de extrañar que esté como está.

Tercer caso.

A los pocos kilómetros después de la garita, nos dimos cuenta de que un papel que les habíamos mostrado, no lo habían devuelto. Dando media vuelta sobre toda la magnífica anchura del camino, nos encontramos atascados con barro hasta los ejes y a 45 grados de inclinación de costado. Ahora sabíamos por qué todo el mundo circulaba estrictamente por la huella del medio de la anchura del camino. Todo lo que no era el medio estricto era una simple capa de ripio echada por encima del terreno de barro puro y simple. Pedimos a un camionero con camión bien grandote que nos jalara de ahí. Pero, dijo él, su camión no tenía gancho. Le dijimos que su paragolpe era como diez ganchos. No, pero que el paragolpe se podía vencer.  Le dijimos que le íbamos a pagar bien.  De >>>>>>>>