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¿Será cierto que el nombre del lago tendría que ser Titicarca, con la misma desinencia que la isla Inticarca?

A la salida de Copacabana, nos enfrentamos, como sabíamos que iba a suceder, con la necesidad de mostrar todos los documentos y pagar un derecho para conseguir la hoja de ruta dándonos licencia para viajar de Copacabana a La Paz, sin desviaciones impromptus - derechito a La Paz.

De la altitud de algo menos de 4.000 metros del lago Titicaca, el camino, muy sinuoso, angosto y de tierra mojada, nos llevó ya encima de los 4.000 metros, y seguimos subiendo. Hace bastante tiempo que no tuvimos un camino tan accidentado; pero el piso no está mal, de tierra y no de piedra, y bastante bien apisonado. Si todas las carreteras bolivianas pudiesen ser no peor que ésta, no estaría mal.

Por añadidura, a medida que vamos subiendo, se va ensanchando nuestra vista del lago Titicaca, dándonos una tercera perspectiva, totalmente diferente. Primero, fueron las aguas poco profundas y los totorales de la zona de Puno; luego, la vista desde la bahía de Copacabana; y ahora, un panorama siempre cambiante por las combinaciones siempre renovadas de islas, islotes, penínsulas, promontorios, bahías, con siempre revitalizado interés.

Alcanzamos 4.300 metros. El camino se estabilizó en un recorrido más o menos horizontal, pero siempre con muchas curvas. El ambiente es de páramo, con vegetación reducida a paja dura.

Tanto más contraste crea la presencia, a lo largo del camino, de vendedores indígenas de gladiolos, hermosísimos gladiolos en tamaño y en colores. ¿De dónde los traerán? Probablemente de la bahía de Copacabana, donde vimos campos de gladiolos y otras flores que seguramente se destinan a la industria religiosa del santuario, que parece ser la principal actividad del pueblo. Pero aquí, en este páramo, seguramente no crecen.

Y siguen evolucionando los panoramas cambiantes del lago Titicaca y de todos sus apéndices. Nunca vimos un paisaje de lago tan atractivo sobre tanta distancia.

Ahora, apareció un sinfín de andenerías de cultivo estriando horizontalmente todas las laderas. Hay tantos andenes, y tan angostos y tan amontonados, que realmente dan una impresión de desesperación. Probablemente son restos de andenes prehispánicos, porque, hoy, nadie se daría tanta pena, si bien algunos, aisladamente, ostentan algún que otro cultivo.

Ah, el estrecho que nos separa de la tierra firme de Bolivia.

En ninguno de los 45 kilómetros hasta aquí, ni una sola vez, perdimos de vista algún hermoso paisaje combinando un sinfín de variedades de formas terrestres con la llanura del Titicaca. Realmente, nunca vimos paisaje lacustre tan lindo durante tanto tiempo.  Y ya se ve, en la lejanía, del otro lado del estrecho, >>>>>>>>