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contigüidad, la perfección de una pared incaica totalmente desnuda, totalmente elegante, con sus hornacinas trapezoidales.

  La iglesia y el convento de La Merced.

  La iglesia, de afuera, nada ofrece, aunque se lo llame plateresco barroco. La iglesia, de adentro, es una aglomeración de banalidades, incluyendo un altar dorado de mal gusto.

  La iglesia, sí, tiene interés histórico: 1) de aquí, salieron dos frailes a conquistar las almas de los Mapuches-Araucanos, ya en 1535; 2) aquí, se decubrió, recién en 1946, la tumba de uno de los Pizarros, y de ambos Almagros.

  El convento alberga otra custodia de gran lujo: de 22,2 kilogramos de oro, 1.518 diamantes incluyendo diamantes negros, 615 perlas, también rubíes, esmeraldas, topacios; de 1,3 metro de alto; y, por la duda, detrás de una doble reja.

  El Jroricancha, o Jrori Cancha, el mayor complejo religioso de la religión incaica, con el templo principal, el Inticancha; más correctamente Inti Cancha para indicar mejor que se trata de la cancha del Inti, del recinto del Inti, del recinto del Sol; y con varios recintos menores, dedicados respectivamente a la Luna, las Estrellas, el Trueno, el Relámpago, el Arco Iris, y otras deidades.

  Este complejo religioso fue eregido por los incas sobre las bases de un palacio anterior. Todavía hoy quedan substanciales y admirables vestigios; aun cuando muchas de sus piedras fueron recicladas para la construcción del convento y de la iglesia de Santo Domingo de los invasores. Ningún otro templo en Tahuantinsuyo tenía tanta importancia por lo sagrado y por las riquezas que guardaba.

  Es fácil imaginarse el saqueo a manos de la banda española, y la desesperación de los incas, y de los Tahuantinsuyenses en general.

  En el primer reparto de solares entre los invasores, el templo del Sol, ya saqueado, fue destinado a Juan Pizarro, pero éste no tenía uso para un templo saqueado, y lo cedió - acaso en pago por sus propios pecados - a los frailes dominicos quienes lo utilizaron para levantar la referida iglesia con convento de Santo Domingo.

  Recorrer lo que queda del Jroricancha lleva su tiempito.

  Lo que queda, todavía impone respeto y admiración por su nobleza y elegancia dentro de una simplicidad espartiana. Las formas, los ángulos, de las hornacinas, de los vanos de puertas; las inclinaciones de las paredes; y sobre todo, el fabuloso ensamblaje y acabado de la cantería - de una tecnología y un arte insuperables.