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¬ La legenda de que fue en su laguna, pequeña pero profunda, formada por el desaguadero de la pileta, que los Tahuantinsuyenses tiraron el collar de oro de Huirajrocha para protegerlo de las manos ladronas de los Españoles.

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Por otra parte, como nunca puede perjudicar tratar de elucidar una legenda, hace unos ochenta años, alguien decidió investigar la legenda e hizo trabajos de desagüe.

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Pero legendas, aparentemente, tienen su protección asegurada. Cuando el intruso ya estaba por tocar el fondo, se vino una granizada tan tremenda que él la tomó como mal agüero y abandonó.

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Así que sigue la legenda. Quizás, hoy todavía, haya en el lodo del fondo de la laguna el collar de oro de Huirajrocha. Pero cabe notar que hay, un poco más lejos, cerca de Urcos, un lago con la misma legenda.

El ambiente en esta plazoleta de aldeíta es tan apacible que nos vamos a quedar aquí todo el día, no sin trabajar intensamente, pero, por lo menos, habrá paz alrededor de nosotros.

Paz hubo. Qué más apacible que lugareños de todas las edades - empezando por niñitas de corta edad - llevando sus rebaños de ovejas, o sus tres o cuatro vacunos, a algún sitio.

Paz hubo. Pero una paz limitada: vimos más peleas de toros, y de carneros, hoy, en esta plazoleta, transformada, en cada oportunidad, en plaza de toros - o plaza de carneros - que en toda nuestra vida hasta ahora.

Paz hubo. Pero una paz muy limitada: en una oportunidad, apareció un toro solitario, obviamente nervioso, buscaba pelea con alguien o con algo; en ese momento, lo único en la plazoleta era nuestro vehículo, y los únicos, nosotros. Primero, quiso rascarse contra nuestro vehículo. Urgente, Karel empuñó un látigo que, justamente desde varias semanas, tenemos a mano en el vehículo para posibles usos contra los niños peruanos, para ahuyentarlos. Pero, al toro, enardecido por el trato que Karel así le propinó, le pareció que nuestro vehículo, o Karel, o ambos, serían blancos perfectos para afilarse las astas. Durante un tiempito, lo tuvimos a raya - Karel, con el látigo y piedras, y Božka, en los momentos más críticos, con la sirena de alarma. Pero, eventualmente, nos pareció más cuerdo escapar de la plazoleta para evitar una cornada a nuestro vehículo, lo que hicimos con una aceleración de partida de carrera, con el toro no perdiéndonos un metro durante los primeros veinte metros.  Un día de paz campestre.

Eventualmente, volvimos a la plazoleta.

Cuando anocheció, recorrimos las ondas radiofónicas.

 Sintonizamos una emisora boliviana justo para escuchar una dirección dada como "Bolivia, Sud América". Parece que la estupidez estereotipada no tiene límites. ¿Cuántas Bolivias hay, dónde, en otras partes de la Tierra? En disgusto, buscamos otra cosa.