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Estamos oscilando alrededor de los 4.400 metros.

Otro rebaño de llamas.  Y otro.  Cada vez, 100 animales o más.

El horizonte está escalonado según la distancia. A corta distancia, leves ondulaciones de la peneplanicie; a distancia media, montañas de perfiles suaves; y en la gran lejanía, poderosas corderías cubiertas de nieve.

El tiempo está nublado pero con las nubes bastante altas.

Siguen los rebaños de llamas.

Vemos prácticamente nadie; pero la mujer que vimos estaba otra vez hilando; claro, las mujeres de la costa no tienen lana para hilar, no tienen paja para hacer sombreros, no tienen nada.

Aparecieron las primeras boinas con tapa-orejas tan típicas del altiplano.

Por ahora, no sabemos dónde están las lluvias torrenciales, si bien debe de llover porque todas las laderas de todos los cerros son verdes hasta las cimas mismas.

Y, por ahora, el camino es el mejor camino de tierra que vimos en el Perú.

Son recién las 16:30, pero, pensando en la noche, nos desviamos de nuestro camino, unos 12 kilómetros, para llegar a una aldea donde hay un puesto de policía, porque es el único puesto de policía a 140 kilómetros a la redonda, por lo que al próximo no podríamos llegar hoy; aquí vamos a pernoctar.

Otra vez, las mujeres tienen su indumentaria, de faldas amplísimas y largas, de mantas y de sombreros; y otra vez no dan un paso sin hacer algo con sus manos al mismo tiempo.

El oficial de policía nos dijo que hicimos bien en no seguir viaje tan tarde en el día porque en la zona que tenemos que atravezar está lloviendo, y es una zona peligosa. Veremos. Pero a la capital del Tahuantinsuyo, del imperialismo incaico, Dios mediante, queremos llegar.

Aquí vamos a pasar la noche, en este pueblo de Sibayo, a algo de 4.000 metros de altitud, lo más alto que dormimos jamás.

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Amanecimos con la Luna más o menos llena anunciando que el día iría a ser despejado, y así es.  Hay nubes aisladas, pero también hay Sol.