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Lo único interesante en este conjunto de petroglifos, y posiblemente único, y la razón por qué no nos arrepentimos de haber venido, es el sitio mismo, la ubicación misma, de los petroglifos.

Hay que imaginarse la combinada grandiosidad de un sinclinal de laderas totalmente desérticas y de la llanura axial de su inmenso cono de deyección compuesto totalmente de arena y salpicado de miles de rocas, titánicas, quebradas, angulares, y dejadas donde están por algún cataclismo geológico. Es en las faces de muchas de estas rocas diseminadas, y no en una cueva debajo de un alero, o en un morro, que se encuentran los petroglifos.

Para nosotros, este sitio, grandioso, valió más que los pájaros, las llamas, las líneas geométricas, las figuras antropomorfas, las serpientes, los felinos, las figuras demasiado burdas para ser identificadas, de los petroglifos.

Según nos contó el lugareño que contratamos para que nos guiara hasta el sitio en la soledad, antes, había hartos petroglifos, pero los extranjeros se los fueron llevando, y los están llevando, por lo que va quedando cada vez menos. Quizás en ello esté la diferencia entre afamada importancia y la mera cantidad que vimos.


Uno de los dibujos

Esta paradita en este oasis nos hace apreciar el milagro de la vida, tanto vegetal como animal, por la sola gracia del agua. Es sólo después de haber recorrido miles de kilómetros de desierto puro y total que se aprecia ver cañas y árboles movidos por el viento, vacas rumiando, patos flotando en su ambiente preferido. Se ve cómo es nuestro planeta con agua, y se ve cómo sería este globo sin agua: diferencia entre vida y muerte.

Por asociación de ideas, nos acordamos de la impresión que fue para nosotros ver, otra vez, árboles de verdad, con troncos verticales, con ramas de verdad, cuando regresamos a Yellowknife del Alto Artico, con sus arbolitos enanos sin la fuerza siquiera de levantar su tronco del suelo.

Y ¿de dónde vinieron los millares de goriones y otros pájaros chicos que nos ensordecen, cómo vencieron las distancias del desierto, cómo supieron que, arriesgándose, los esperaba este oasis?

Y ahora, de vuelta hacia el empalme de doble control, para una tercera noche.

De vuelta en nuestro empalme, sin novedades; salvo que, en un momento del trayecto, vimos acercándose por la inmensidad desolada, perpendicularmente a la carretera y en directo curso de colisión con nosotros, un denso nubarón de arena, como una de aquellas entidades amorfas pero inteligentes e inevitablemente maléficas que se ve, a veces, en las películas de ficción. Por lo que tuvimos que detener la marcha para no encontrarnos envueltos en la arena voladora.