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pilares y la poca altura de la edificación, como esperanza de seguridad contra los terremotos que azotan la región con regularidad.

Pero, anexa a este templo, hay una sorprendente y probablemente única capilla, dedicada a San Ignacio.

Es notable su decoración pictórica, sin solución de continuidad, de la pared circular y de la cúpula, sin omitir un solo centímetro cuadrado; se puede apreciar una mezcolanza de papagayos, frutas, flores, guerreros, ángeles, y también, por qué no, de figuras religiosas. Por colmo, nada se sabe ni de los autores de esta capilla, salvo que fueron anónimos e influenciados por reminiscencias españolas y árabes, ni de la técnica usada en su pintura; se cree que esta pintura se componía de una mezcla actualmente inimitable de grasa animal con anilinas o colorantes de vegetales desconocidos, con toda evidencia muy eficiente ya que, después de tres siglos, aun conserva su brillantez y policromía.

En cuanto a la Catedral, apenas se ingresa, uno se da cuenta de por qué y cómo la catedral logra ocupar todo un costado de la plaza: lo que se ve desde la plaza no es el frente de la iglesia como sería habitual, sino su costado; la nave no está perpendicular a, sino paralela con, el costado de la plaza; y también se entiende mejor por qué los dos campanarios, en vez de estar a la distancia habitual a ambos lados de la entrada, se despreocupan totalmente de ésta y se yerguen donde están, no para enmarcar la entrada sino para dividir estéticamente lo que parece ser, pero no es, el frente de la iglesia. Por otra parte, el interior nada notable tiene salvo la cantidad de aire-y-luz inhabitual en una iglesia - omiso, se entiende, el templo de los Bahá'ís en Panamá.

El claustro de San Francisco se pudo visitar durante un tiempo, pero otra vez está vedado al público.

Al frente de este claustro, del otro lado de una plazoleta, hay la ex-cárcel, que se parece más bien a una ex-mansión, y que, ahora, alberga un museo y un centro de artesanías.

Todos estos edificios, y otros que vimos, están construidos de grandes sillares de material volcánico blanquecino.

Vimos ya bastante de Arequipa para decir que ser la segunda ciudad en tamaño del Perú no significa gran cosa, y que ser la segunda ciudad en carácter colonial del Perú tampoco significa gran cosa. Ciertamente vimos otras ciudades y otros pueblos y pueblitos mucho más coloniales que Arequipa.

Como para poner todavía más en duda el carácter colonial de Arequipa, hay un puente de hierro, diseñado por el mismo Eiffel de la iglesia que vimos en un pueblo de Baja California; ambas estructuras, aquella iglesia y este puente, como de otra cabeza que la famosa torre parisina; dos trabajos de pura necesidad para ganarse el sustento, sin la menor chispa.