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Muy interesante ilustración compactada de un aspecto de geología en plena acción.

También pudimos apreciar la virulencia de los incontables diminutos granitos de arena disparados por la fuerza del viento, fijándonos en el estado de las conchas diseminadas en la playa, en función de su alejamiento del mar, o sea del tiempo que estaban fuera del mar, pasando de su aspecto natural, al ser arrojadas por las olas, a un aspecto progresivamente más pulido y hasta lustroso, cuanto más lejos del mar y, por lo tanto, cuanto más tiempo expuestas a la acción erosiva pulidora de la metralla de arena en vuelo.

Puede ser que nuestro Boleto de Lotería, de dar la vuelta larga por Arequipa, se esté volviendo menos perdedor.

Cuando regresamos al coche, nos enfrentamos con otro ejemplo de los insospechados poderes de esta arena viciosamente arremetedora: en los pocos momentos que nos habíamos quedado, había cubierto sigilosamente de una finísima película de sílice cuanto había en el coche; como para asustarse.

Estamos descubriendo que, de Nasca hacia el sur, el desierto es totalmente diferente de lo que era antes de Lima, incluso antes de Nasca. Más al norte, el desierto tenía la suavidad de su composición arenosa y de su topografía de delicadas curvas, y no se veía el mar; aquí, todo es una dantesca acumulación de rocas y peñascadas en una topografía sumamente quebrada, y se ve el mar. Más al norte, el desierto era implacable con serenidad; aquí es implacable con salvajismo.

Como consecuencia, el camino se está torciendo por muchas curvas y muchas cuestas arriba y abajo; no hacía falta tomar un camino a lo largo del mar para tenerlo igual a un camino por la Cordillera; y también como consecuencia, tenemos, felizmente, sucesiones de vistas alternadas, de la alta mar, de la orilla, y del paisaje lunar de tierra firme - si se puede llamar "firme" amontonamientos de rocas en pleno proceso de desintegración: el mar, sorprendentemente obscuro, muy cerca de la orilla, probablemente a causa de su profundidad; la orilla, bordada vistosamente con centenares de crestas blancas; y la tierra firme, luciendo la gran variedad de colores que ya se nos hizo habitual en los Andes.

Alcanzamos un pueblo de cierta importancia según las normas de estas partes - unos centenares de casas, del tipo más elemental, aun cuando de adobe; pero pueblo totalmente vacío, sin sus puertas ni ventanas, abandonado como si lo hubiese alcanzado alguna plaga.

Preguntamos a dos hombres que transitaban por el lugar la causa de tan extraña situación. No, no es un pueblo abandonado, es el pueblo, a orillas del mar, de gentes que, en una época del año, ahora, se ocupan de olivares - olivares que nosotros justamente habíamos visto un rato antes, como un oasis más al norte - >>>>>>>>