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Un poco más a la nochecita, después de una yapa de laboriosidad, tropezamos con un programa de música de cámara de compositores peruanos por intérpretes peruanos. Fue una muy agradable, refrescante e interesante sorpresa. ¿Por qué será que se toca y repite, y sigue repitiendo tanta música llamada clásica de mucho volumen y poca calidad, y se ignora tan completamente estas pequeñas gotas de frescura?

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Hoy, terminada la huelga general, seguimos con diligencias.

Por fin, después de tanto tiempo, tenemos el retrovisor colocado nuevamente. Se nos había desprendido ya en el norte del Perú, por las tremendas sacudidas, y desde entonces habíamos andado solamente con los retrovisores laterales; lo que no molestaba mayormente ya que en un 80/oo del tiempo, el único tráfico en los caminos era nosotros, y, de todos modos, hubiese sido ilusión pensar en encontrar alguien que lo pudiera pegar de vuelta en su sitio del parabrisas. Aquí, en Lima mismo, el taller que se especializa en vidrios de automotores es el único de Lima y alrededores, entiéndase de Lima y todo el Perú.

Seguimos buscando un taller para reemplazar el amortiguador roto por la caída, el otro día, en la boca de desagüe sin tapa. No sin pérdida de tiempo, encontramos uno, cuidadosamente escondido fuera de vista y fuera de alcance, al estilo del taller mecánico de Quito. Se especializa en amortiguadores; y cobra, de mano de obra, un tercio de lo que querían cobrarnos en otro taller, y un cuarto de lo que nos cotizaron en otro. Y los amortiguadores nuevos - porque, naturalmente, hay que cambiar los dos - también salen más barato. Pero ¿quién nos pagará este gasto? Seguramente no la ilustre municipalidad de Lima. Quizás se podría sugerir un lema para la augusta municipalidad de Lima:

"Lima lima los bolsillos"

Buscando la dirección de este último taller, nos encontramos otra vez en la asombrosa desesperación de estar preguntando a docenas de personas "dónde está cierta calle" y de recibir, docenas de miradas entre vacías y estúpidas, a veces indicaciones vagas e increíblemente mal dichas, a veces indicaciones equivocadas. Cuando descubrimos eventualmente la calle apetecida, se encontraba a entre tres y siete cuadras de donde estábamos dando las vueltas; con la complicación original de que, en un principio, respetamos todas las indicaciones de mano única - o vía única, como dicen aquí - de las calles, lo que enredaba mucho la búsqueda, hasta que finalmente nos avivamos y, haciendo lo mismo que hacían todos los demás vehículos, nos metimos en cualquier calle en cualquier sentido, sin preocuparnos de las flechas.