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La interrupción se debió a la visita de dos oficiales de la guardia republicana que nos habían visto desde el pueblo donde nosotros pensábamos pernoctar y donde ellos tienen un campamento para la protección del Cañón del Pato, para investigar qué hacíamos, de lo cual resultó una amable charla, y nos invitaron a pasar la noche dentro de su campamento, dentro de la zona restringida del Cañón del Pato.

Mientras hablamos con ellos, naturalmente, no pudimos seguir el relato de lo acaecido en la barrera y después; y cuando estuvimos estacionados para la noche dentro del campamento, no quisimos, por razones que se harán obvias, seguir el relato en voz alta en el micrófono. Pero ahora tenemos el tiempo, y no tenemos la aprensión, de seguir.

La barrera resultó ser no de la habitual guardia civil, sino de la guardia republicana; y la barrera no estaba para alguna verificación de documentos, sino para llanamente impedir el paso a cualquiera.

Según aprendimos, para nuestra sorpresa, contrariedad y enojo, existen, desde hace varios años, grandes instalaciones hidroeléctricas en el cañón y, por precaución contra posibles atentados por parte de la guerrilla, nadie puede pasar si no trabaja para la empresa o si no trae un permiso especial de la comandancia.

Les dijimos a los dos guardias lo que pensábamos de la falta de organización y de sesos que suponía no tener una advertencia ya al principio del Callejón de Huaylas para evitar pérdidas de tiempo y de dinero, como las nuestras en este caso.

Pero, órdenes son órdenes, y pasar no se podía.

Hablando y hablando, cuando todo ya estaba dicho y perdido, pero hablando y hablando, surgió a la luz un detalle sin importancia, tan anodino que a estos dos genios no se les había ocurrido mencionarlo; a saber que, si bien no se podía penetrar en el cañón, y regresar - como era nuestra intención que les habíamos dicho - se podía, declarando una meta lejana del otro lado, recibir un permiso de tránsito para una sola pasada, sin derecho a detenerse ni regresar, y para la duración justo necesaria para el viaje.

Al instante, tuvimos una lamparita prendida en la cabeza.

Si no se podía viajar ida y vuelta, no había ningún problema. Nosotros no queríamos viajar ida y vuelta. Nosotros, sencillamente - pero no les dijimos así a ellos, naturalmente - viajaríamos dos veces ida solamente, y ninguna vuelta.  Hoy, la ida para allá.  Mañana, la ida para acá.

Dicho, hecho. Elegimos en el mapa un pueblo del otro lado del cañón, anunciando que allí queríamos ir; y, previo registro de todos nuestros documentos, como no podía ser de otra manera, la mágica barrera se levantó.