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Además, como parece que, en el Perú, la arqueología y la topografía andan íntimamente ligadas, este desnivel, su parte abismal, tiene su propia conexión arqueológica, y de las más misteriosas - y de las más implausibles aun cuando presentada bajo el aparentemente respetable escudo de una expedición oceanográfica de la Duke University bajo un doctor Robert Menzies; expedición por lo tanto, se supone, no arqueológica en su esencia sino oceanográfica, y solamente por incidencia arqueológica.

Pero siendo que nuestra Expedición ya tomó nota aun de aparentes absurdidades, ¿por qué no tomaría nota también de aparentes implausibilidades? Aquí va la información: "en la fosa marina Milne-Edwards, a unos 200 kilómetros de la costa del Perú, en 1966, a 1.829 metros de profundidad, se fotografió por casualidad columnas esculpidas y con inscripciones".

Ya podemos escuchar la cofradía arqueológica, y todas las demás también, gritar: "¡formaciones naturales!" La obvia pregunta queda: ¿por qué un científico, y toda una universidad con él, se expondrían a tan evidente ridículo?

Llegamos a la zona de los desaparecidos pueblos gemelos en catástrofe de Ranrahirca y Yungay. Ambos fueron borrados del mapa, aplastados, barridos, sepultados, por un alud de hace catorce años pero todavía famoso y vivo en las memorias. No fue un alud cualquiera; fue un alud causado, desencadenado, por la fuerza de un terremoto que sacudió todo el valle, las dos corderías, y el Huascarán también, de tal manera que de éste se desprendieron macro-ciclópeas cantidades de rocas y de hielo - en efecto, toda una faz del Huascarán se vino abajo, y todavía hoy se puede ver la enorme llaga que subsiste de dicho desprendimiento - y se precipitaron en forma avasalladora y salvaje por una quebrada, hacia Ranrahirca, siempre expuesto en el corredor de aludes; y, de manera incomprensible, saltaron por encima de una loma de 180 metros de altura, y también arrasaron y sepultaron Yungay, hasta entonces protegida por dicha loma.

Aun hoy, el sitio de Ranrahirca tiene un aspecto totalmente apocalíptico: son kilómetros cuadrados llenos y salpicados de tremendos pedrejones. Debió de ser algo terrible e implacable. Donde se puede, hay plantaciones de eucaliptos, como para darle un velo de decencia al lugar de la tragedia.

En Yungay, no se plantó nada. Todo quedó tal cual. Hay crucifijos en varios lugares. Quedan algunas de las palmeras de la plaza central, muertas; una, todavía verde y creciendo. Pedrejones como se ve en Ranrahirca no hay, no llegaron. Sobreviven algunos vestigios, si se puede hablar así; cuatro automotores arrojados sobre un techo, hoy sirven de monumento.

Y del otro lado del pueblo, en una loma, había, y todavía está, el cementerio, que, por su posición más elevada y más alejada, se salvó de la catástrofe. De manera que fueron los muertos que se salvaron y los vivos que murieron.